En Un amor cualquiera, Jane Smiley explora la vida secreta de una familia irlandesa en una reunión que los reúne en torno al centro materno, el secreto de la ausencia del padre y las transformaciones de un gemelo distanciado.
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S on muchos los ejemplos que aporta la mitología sobre la fascinación que tuvieron los griegos por las parejas de gemelos: Zeus y Hera, Ártemis y Apolo, Cástor y Pólux… Un modo de expresar la dicotomía oculta de lo que en apariencia es idéntico. Evidencia de la continuidad entre los griegos y nosotros, esa fascinación por los gemelos reaparece en la obra de Jane Smiley, novelista estadounidense nacida en Los Ángeles en 1946 y ganadora, con su novela “A Thousand Acres” (1992), del Premio Pulitzer. Ese interés, que ya se esboza en su novela anterior La edad del desconsuelo (también editada por Sexto Piso), se vuelve mecanismo narrativo central en Un amor cualquiera, novela editada en inglés en 1989, rescatada por Sexto Piso y coeditada por Grupal Distribuidora en 2021.
Un amor cualquiera narra la historia de un encuentro de fin de semana. Una parte de la familia Kinsella volverá a reunirse justo en la fecha del aniversario de un trauma vivido hace 20 años atrás, cuando el padre de familia secuestró a sus propios hijos y los llevó a vivir a Inglaterra alejándolos de la madre por más de cuatro años. Los motivos de este trauma y la lucha de la protagonista para reunir nuevamente a sus hijos son evocados por ella en un relato que escamotea su nombre hasta el final. Esa revelación tardía no es casual. “No hablamos de Michael. Es un ritual en nuestra familia: no mencionamos a la persona que regresa de viaje mientras esté todavía en camino”. Los Kinsella han sufrido una separación forzosa y sofocan el temor a la ausencia del otro evitando nombrarlo hasta que vuelve, un ritual al que parece invitarnos la autora mientras construye la voz narradora.
El primer y más evidente núcleo narrativo tiene su eje en la llegada de Michael, el hermano gemelo de Joe, que ha estado dos años en India impartiendo clases de matemáticas. Joe está ansioso por ver a su hermano porque necesita verse a sí mismo, necesita ser testigo del paso del tiempo y la distancia que es tan evidente en dos gemelos idénticos. No menos ansiosa que Joe, la madre registra una pérdida y una extrañeza en esa primera visión del cadavérico hijo pródigo: “nos han devuelto menos de lo que mandamos”. En esa tensión del descubrimiento del otro y del temor que ese descubrimiento acarrea, el miedo de que aquello nuevo en lo ya conocido se nos pegue como una enfermedad (un temor recurrente en sus hermanos, preocupados por el contagio de las enfermedades que trae Michael de India), se debaten los hermanos y la parte de la familia que comparte el encuentro.
El segundo núcleo, soterrado bajo la llegada de Michael, está centrado en la serie de confesiones familiares alrededor del motivo que condujo al padre al rapto de los hijos, un ejercicio de castigo al deseo femenino. La apertura del pasado da pie al relato, en la voz de una de las hijas, de la experiencia que en su condición de “botín de guerra” vivieron a manos del padre en Inglaterra.
En el caso de la madre, el golpe disciplinador parece destinado a la “normalización” de la mujer a partir de la instalación del trauma: “Podría decir que el horror de mi divorcio y sus secuelas me amansaron, me hicieron auditora de mi propia alma, justo cuando podría haber aprendido a pilotar un avión o haberme hecho experta en Historia Natural”. La relación explícita entre el deseo de una mujer y su función como madre de una prole amada (proyecto en este caso de un padre narcisista que juega a ser una especie de Piaget, pero todavía vigente en la imaginación actual) hace oportuno y muy actual el rescate de un libro que fue escrito hace más de treinta años.
Editado originalmente bajo el título Ordinary Love & Good Will, el libro contenía otra novela gemela que Inga Pellisa tradujo como La mejor voluntad y que llegará en breve a las librerías argentinas.