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P ienso en los límites. El río, por ejemplo. Con el río parecería sencillo determinar ese punto entre el agua y el terreno: lacosta. Sin embargo, al mirar con atención empezamos a notar lo difuso del límite: el río se mueve, ingresa, se retira, penetra la tierra, gasta la piedra, la rompe. ¿Esta idea a la que llamamos límite es difusa en su aplicación a la realidad por la condición del agua o se trata de una condición común a todas las cosas?
Jesmyn Ward proviene de una familia afroamericana del sur de Estados Unidos, concretamente de la pequeña comunidad rural en DeLisle, Misisipi: un estado en el que los límites son conflictivos y propensos a desbordes. Publica su primera novela, Where the Line Bleeds, en 2008. Con la segunda, Salvage the Bones (publicada en 2011, traducida al español con el título Quedan los huesos y editada en español por Siruela), ganó el National Book Award. Su tercera novela, premiada también con el National Book Award en 2017 (caso único), lleva el extraño título de Sing, Unburied, Sing. La inteligente traducción al español de Francisco González López traduce el título a La canción de los vivos y los muertos, lo que vuelve a hacerme pensar en los límites: los vivos, los muertos y una canción que media entre ambos mundos.
Jojo es un niño afroamericano de trece años que vive en la granja de su abuelo en Bois Sauvage, poblado rural y ficticio de Misisipi. Tiene a su casi exclusivo cuidado a Kayla, su pequeña hermanita. La madre de ambos, Leonie, es una mujer desconectada de sus hijos, ausente con una ausencia que se agradece a la vista de lo que hace con ellos cuando está presente. Se encuentra autoexcluida del amor de sus hijos, a quienes culpa por la distancia. Es la única de la familia que llama a Kayla con el nombre de Michaela, el nombre como un límite. El amoroso abuelo ha logrado una mínima prosperidad en su granja, lo que representa todo un logro dado que a los quince años estuvo injustamente apresado en la cárcel de Parchman, donde fue obligado a trabajar como esclavo. Allí conoció a Richie, un niño detenido de doce años que se hizo su amigo y cuya trágica muerte evita contar. Como en un juego de absurda simetría, el padre de los niños, Michael, está alojado en la misma cárcel en la que estuvo el abuelo años atrás. Michael es blanco (pienso en la pareja de un blanco y una afroamericana en Misisipi y en los límites nuevamente). Michael será liberado en breve y Leonie ha decidido, contra la voluntad de River y Philomene, su madre enferma de un cáncer terminal, ir a buscar a Michael a la prisión con sus hijos. Philomene y Leonie comparten el don de la videncia, Philomene se especializa en la curación con hierbas e intenta transmitir esta enseñanza a Jojo. Por su parte, Leonie vive este don con angustia ya que repite visiones de su hermano, asesinado por la policía años atrás. Philomene, que se especializa en curar con hierbas, está siendo sometida a quimioterapia por su cáncer: el mundo como una estafa, una charada, una mala broma.
El viaje al que somete esa madre a sus hijos será una ruta del horror, con Kayla vomitando al borde de la deshidratación, Jojo (la mirada heroica que nos ayuda a acercarnos al horror) desesperado y su madre sin registrar que necesitan agua, comprando chucherías en una tienda de la ruta. Este vómito tendrá su imagen especular en Leonie a la vuelta del viaje, cuando Michael ha salido de la cárcel con una bolsa de metanfetaminas que le vende su abogado y que Leonie se traga en un procedimiento policial. Su vida peligra y es el vómito, en este caso, la salvación. Dos generaciones que vomitan cosas bien distintas. La historia individual de los personajes hace referencia a una generación perdida (desastres naturales, pobreza, drogas) que obliga a sus hijos a hacer de padres de sus padres y de sí mismos. La vuelta incluye en el vehículo un pasajero inesperado: Richie, o el fantasma de Richie que solo es visto por Jojo. En este regreso el fantasma irá hilvanando la historia de los días en la cárcel y la búsqueda de un secreto que el abuelo ha guardado por años: los muertos que ayudan a los vivos a sanar confesando lo inconfesable. El final de la novela busca completar un relato nunca contado, un relato que los muertos vendrán a reclamar a los vivos. Cierro esta magnífica novela pensando en los límites. Difusos siempre. Afroamericanos y blancos, presos y libres, infantes y adultos, sobrios y drogados, vivos y muertos y una canción, la de Kayla que los convoca en una sonrisa.