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En El fin de la novela de amor, Vivian Gornick reflexiona sobre la idea del amor romántico en la novela, en un libro en el que confluye el matiz del discurso sociológico y la subjetividad del punto de vista propia del ensayo literario.

 

H ay, en El fin de la novela de amor, de Vivian Gornick, una tesis, tan sólida en su fundamentación como fluctuante en su búsqueda. Su libro, formulado a partir de lo que llamaríamos “casos”, va buceando fundamentalmente en la novela escrita por mujeres -en su mayoría norteamericanas- que preanuncian, con mayor o menor complejidad, el tratamiento que para Gornick debería tener, en estos tiempos, temas como el matrimonio. Decepcionada con la lectura de La edad del desconsuelo de Jane Smiley -a quien atribuye una escritura conservadora-, la autora nos propone, en el último capítulo, una verdad irreductible: el amor, dice, “…no puede ya actuar como principio organizador. El amor romántico parece ahora un anhelo por sumergirse en el sentimiento y salir mágicamente transformado, cuando en realidad lo que necesitamos para construir un ser es la búsqueda deliberada de consciencia.” Esta idea de amor romántico cae cuando cae todo el paquete de relatos colectivos estabilizadores de esta conciencia individual que ahora debe rearmarse, en soledad, cada día.

 

Pensando en esta tesis marmórea de Gornick, no creo que estos personajes delineados aquí y allá sean ignorantes de su entorno afectivo, o imaginen que el amor o el matrimonio puede salvarlos. Lo que pareciera que los salva, en ocasiones, es esta idea contractual, de que del otro lado de la línea, o en la misma cama, o al amparo de una comunicación intelectual tan poderosa como inédita -como es el caso de Martin Heidegger y Hannah Arendt- puede haber un sentido que, aunque no tan expuesto ni claro -ni siquiera racional- sea explotado por estos actores para permanecer de cierta manera en la vida. En referencia a lo mencionado, es fascinante el capítulo dedicado a estos dos excepcionales pensadores, cuyo apego -en palabras de la autora- parece basado en la irracionalidad luego de que, en 1933, Heidegger  -siendo rector de la Universidad de Friburgo- diera su respaldo al nacionalsocialismo y pusiera la universidad al servicio del régimen nazi. Arendt debe abandonar Alemania ese mismo verano, y algunos años después, al retornar al país, se reinicia el contacto entre ambos, en contra de todo pronóstico. Se pregunta, entonces, Gornick, “¿cuántos hombres y mujeres no he visto, en mi corta y confusa vida, subyugados por el Gran Hombre, el que parecía encarnar al Arte o la Revolución en mayúsculas? Somos legión. Nosotros mismos éramos personas inteligentes, cultas, talentosos, ninguno éramos monstruos de la moralidad, solamente personas corrientes con ganas de vivir la vida a un nivel simbólico.”

En la descripción de estos “casos”, una de las propuestas de lectura más interesantes, a mi entender, es la idea de que el matrimonio, además de una institución decrépita que reúne a un hombre y a una mujer en una convivencia casi siempre tensionada que tanto puede llevar -en el devenir de estas obras literarias- a la frustración, a la ideación suicida, o a la pérdida de individualidad, puede proyectarse simbólicamente en la dinámica de otras relaciones, incluidas las de madres e hijos/as. Tal es el caso del capítulo llamado Intimidades despiadadas. La particularidad de libros como The Unlit Lamp (1924), de Radclyffe Hall; Hijos y amantes (1913), de D. H. Lawrence; o Mary Olivier (1919), de May Sinclair, es la dinámica de erotismo, subyugación, o incapacidad para salir de la pasividad, dando como resultado la muerte, real o simbólica, de alguno de los dos individuos de estos binomios: “cuando la intimidad se da con un familiar -en especial con un progenitor del mismo sexo-, el elemento pasional permanece, como debe ser, disimulado, pero la impresionante furia y la depresión que generan son la medida de un sentimiento de temor subyacente. (…) cómo conectar sin llegar a fusionarse, cómo reaccionar sin llegar a ser absorbido, como desapegarse sin llegar a renegar.”

Leído a la luz de los tiempos que corren, las implicancias de estas ideas acerca del matrimonio, o el amor romántico, o la pulsión anulatoria, pareciera que pueden seguir proyectándose en casi cualquier relación de los sujetos modernos con otros sujetos, con ideologías dominantes, con estéticas o lenguajes. Esa es la infinita riqueza y el peligro de la tesis de Gornick, su actualización exige asumir la racionalidad, y por qué no, el vacío.

Elena Annibali

Nació en Oncativo, Pcia. de Córdoba, en 1978. Es Licenciada en Letras Modernas por la Facultad de Filosofía y Humanidades, U.N.C. Se desempeña como correctora, y dicta talleres y clínicas de poesía argentina. Tiene publicados numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. Ha colaborado con contratapas, prólogos, reseñas, y fue la antóloga de la última edición de Poetas Argentinas, de mujeres nacidas entre 1981 y 2000.