En esta novela póstuma, Hermann Broch explora en un escenario ficcional las condiciones que hicieron posible el surgimiento del nazismo. Roles, rituales, diferencias y miedos son algunos de los ingredientes que aun en una pequeña comunidad pueden tener desenlaces fatales.
≈
E l escenario es un pueblo ficticio en las montañas de Alemania. El protagonista y narrador es un médico rural, que vela no solo por la salud de los locales sino por la moral campesina que se tuerce por la llegada de un extranjero. El Maleficio, la última novela de Hermann Broch, traducida al español por Adriana Hidalgo, es una muestra de cómo, con la chispa adecuada en el momento oportuno, se puede formar una tormenta segregacionista y fascista.
El médico encarna cierto ideal romántico alemán, uno que encuentra en la naturaleza un orden que los asuntos del hombre deben respetar. Sus recorridos diarios hacia el consultorio y los paseos sin rumbo fijo junto a su perro propician el encuentro con sus vecinos, los exiguos habitantes de un pueblo que se distinguen marcadamente por sus oficios: el herrero, el carnicero, el tabernero, el zapatero. En primera persona, el médico cuenta lo que encuentra a su paso y se detiene especialmente en la observación de su entorno, lo que resulta en digresiones filosóficas que fácilmente adquieren un vuelo especulativo delicioso. Son las reflexiones de un hombre que envejece, como lo anuncia en la primera página; son las meditaciones de quien dedicó décadas a sanar a otros; es el conocimiento profundo y nada arrogante del corazón humano. Lejos de adquirir un tono predicador, aleccionador y solemne, la conciencia del médico rural fluye como un estrecho rio que purifica su caudal a medida que cae y choca con obstáculos. Su cavilar tiene la apertura de la interrogación y hasta un tinte dialéctico de quien aprendió el arte de conversar consigo mismo. La vida de los vecinos, con sus minúsculos problemas, es escuchada por el médico con genuina atención, en tanto encuentra allí una huella de algo que los excede como individuos.
La novela trascurre de principio a fin con los pies en lo concreto y la conciencia puesta en lo universal: el primero reclama lo segundo, que no se expresa sino a través del primero. Este contrapunto hace que en El Maleficio suceda todo, una totalidad metafísica, aunque aparente ser un mero relato de vidas ordinarias en una aldea. El médico se distingue de sus vecinos por su sabiduría, a menudo concretizada en un silencio o en un gesto adusto, por su andar con el aplomo de quien se responsabiliza de sus decisiones, de quien está comprometido con su propia vida.
La armonía del pueblo se rompe con la llegada de Wenzel, un forastero que astutamente se fue ubicando en el pueblo. La distancia que toma el médico de él se justifica a medida que se evidencia la sutil manipulación que opera en la aldea. Junto a Marius, el herrero, Wenzel señalará a Wetchy, el comerciante, como responsable metafísico de los eventos desafortunados que afectan al pueblo, sintiéndose ambos emisarios de una fuerza superior que restaura el orden perdido. La creciente adhesión de seguidores les permite consolidar una tensa brecha entre quienes apuestan por el progreso del pueblo a través de la tecnología, y quienes defienden la pureza de lo primigenio: “Quien no siente amor por la tierra, no es un ser humano; con cada paso que da sobre ella la deshonra y debe huir, pues deshonra todo lo que toca”. Marius y Wenzel lideran a estos últimos y Wetchy se convierte en el perfecto chivo expiatorio. El médico es el único que parece anticipar la persecución que sufrirá el comerciante, quien se destaca además por ser el padre de una familia con cabellera colorada, una marca visible que encapsula el desprecio del pueblo.
El médico encara la tarea casi heroica de desmantelar las operaciones de Wenzel, aun cuando su simpatía con el comerciante esté bastante contenida. Entiende que en esa persecución, en ese hecho en apariencia mínimo, se instancia algo trascendente, un acontecimiento con un valor intrínseco, no sujeto a las voluntades particulares que circunstancialmente lo acompañan. En sus exquisitas reflexiones, el médico expone su conocimiento sobre la miseria y la grandiosidad, la mezquindad y el heroísmo, el miedo y la entrega absoluta, el afán de conquista y el cuidado del otro. Entiende todo el arco de lo humano: “Las obras supremas de la razón humana están tan lejos de lo que hace a la humanidad del hombre como las causas primitivas de su sangre y de su ser carnal, ambos ámbitos prohibidos, que marean y llevan al engaño, que se tocan en el punto donde está lo menos sagrado”.
A través del narrador, Broch reclama la atención sobre las decisiones y acciones casi anecdóticas, por ser ellas las que encubren el verdadero sentido moral que anida en el corazón de lo político. Las consignas fascistas que estallan en reclamos multitudinarios, con gritos que instigan a la destrucción y al exterminio de lo que está mal o no funciona, se gestan acá cerca, en el desprecio al vecino, en el rechazo a lo que supone ser la justificación de todos los males. De aquí que resulta palpable la intención de Broch de mostrar en una escala reducida cómo el surgimiento del nazismo es posible.
Publicada en su idioma original en 1953, dos años después de la muerte de su autor, El maleficio tiene un anclaje en la actualidad por razones más bien trágicas. No solo su estilo contenido y profundo en su sencillez hace que ascienda al escalafón de las obras clásicas; no solo constituye una novela filosófica en el sentido cabal, esas obras de la literatura que encarnan sin obviedades las preguntas que insisten en la historia y ponen en un entredicho moral a la humanidad; sino que su forma de entender y explicar la política y los discursos que la sostienen ofrece una clave definitiva para entender los riesgos a los que hoy estamos expuestos.