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Sobre Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español, de María Elvira Roca Barea, Buenos Aires, Siruela-Grupal, 2021.

 

C on este impactante título publicó en 2016 la filóloga española María Elvira Roca Barea lo que se convertiría en un extrañísimo caso de best seller académico que, para serlo, debió trascender los más bien estrechos límites del público universitario. Las dimensiones del fenómeno editorial y cultural que el libro provocó son asombrosas. En cuanto a lo primero, la edición que tengo en mis manos –la primera publicada por Siruela-Grupal en Argentina en 2020- consigna que, a noviembre de 2020, el libro contaba ya con 28 ediciones, con una tirada que al presente, según la editorial, supera los 150000 ejemplares 1Consultado el 9/3/2023.. Sobre su impacto en la escena cultural española –y más allá-, es notable que la aparición de la obra impulsó a José Luis Villacañas (uno de los pensadores españoles más prestigiosos) a publicar en 2019 una obra expresamente dedicada a su crítica, Imperiofilia y el populismo nacional católico 2Villacañas, J. L., Imperiofilia y el populismo nacional católico, Madrid, Lengua de Trapo, 2019., iniciando un debate encendido y hasta por momentos violento, que se prolonga hasta hoy, tal como puede comprobarse con una rápida búsqueda en internet de los términos clave de la disputa.

 

¿Cómo se explica la magnitud del fenómeno? ¿Qué fibras tocó el libro de Roca Barea para provocar semejante exaltación? Su principal cometido es la destrucción, ni más ni menos, del secular y granítico consenso vigente en el mundo entero respecto a la maldad, inopia, demérito y bajeza de un fenómeno histórico, el Imperio Español entre los siglos XVI y XIX, cuya prolongadísima pervivencia sería un misterio y cuyo final habría sería motivo de las más felices celebraciones. Para hacerlo, reconstruye, en tres grandes partes divididas a su vez en capítulos, los elementos teóricos e históricos que confluyeron para configurar la “leyenda negra” del Imperio hispánico, y de la forma imperial sin más. En la primera parte la autora expone los fundamentos teóricos para una definición general del odio a los imperios, que se resumen en unas pocas líneas: “La imperiofobia nace de la frustración y el orgullo herido, y esto son previos a los argumentos concretos –un repertorio muy limitado de tópicos, por cierto- que se usan para dotar de razones al prejuicio imperiófobo” (113). Envidia del poder ajeno y victimismo respecto al propio fracaso son reunidos en la definición, polémica, del fenómeno. Para probar su teoría, Roca Barea revisa en esta sección en tres capítulos sucesivos la forma en que este fenómeno se desplegó, con casi idénticos elementos, en torno a tres de los episodios imperiales más relevantes en la historia: Roma, la Rusia de los siglos XVIII y XIX y la actual (en 2016: el desafío chino parece anunciar su final en este 2023) hegemonía del imperio de Estado Unidos. En cada caso, la autora encuentra en los enemigos y críticos del imperio en cuestión variaciones sobre unos pocos, repetidos tópicos: los pueblos imperiales son, a un tiempo, ignorantes y bajos, impíos, meramente afortunados, racistas y depredadores. Sean los cultos e impotentes bizantinos, los no menos cultos ni menos impotentes franceses o la casi totalidad del mundo hoy, el estilo y el repertorio argumental imperiófobo no ha evolucionado en lo fundamental: siempre la misma frustración se expresa de formas muy similares. Y manifiestan, asegura Roca Barea en la que quizás sea una de sus frases más polémicas, que “(…) la imperiofobia es una clase de prejuicio racista hacia arriba, idéntico en esencia al racismo hacia abajo, pero mucho mejor disimulado, porque va acompañado de un cortejo intelectual que maquilla su verdadera naturaleza y justifica su pretensión de verdad” (31).

En su segunda parte, el libro se concentra en el análisis de la construcción de la “Leyenda negra” respecto al Imperio español en particular. Éste es el indudable corazón del propósito del libro, y en él se pasa revista a las sucesivas etapas en la construcción de lo que la autora entiende como un pérfido mito respecto a las maldades de Imperio en cuestión, de los Reyes Católicos a la pérdida de sus últimas posesiones de ultramar en la guerra con Estados Unidos a fines del siglo XIX.  Se suceden así el repaso y análisis de los argumentos de los italianos del siglo XVI (modélicos en cuanto al aspecto de pretendida superioridad moral e intelectual, e impotencia política), de los alemanes inmediatamente posteriores a la reforma luterana (con énfasis en la mezquindad y fanatismo del propio Lutero, que creó la base sobre la que se erigirá el interesado desprecio protestante hacia el corrupto y sanguinario catolicismo imperial) y de la trascendente versión de los holandeses de la segunda mitad del siglo XVII, quienes inventaron, según la autora, la versión moderna de las armas de la propaganda política falaz, que aún continúa en plena salud en tiempos de fake news. Es en estos capítulos donde se intenta demostrar la paradójica afirmación a la que nos referimos más arriba sobre el elemento racista implicado en la Leyenda negra. La sección concluye con el estudio de la construcción, fundamentalmente por parte de la propaganda protestante, de una visión sesgada, según Roca Barea, de los logros, fracasos y tragedia de la acción española en América. Es fundamental en estas páginas -posiblemente las que más irritación puedan generar en una lectura desde este Sur-, la distinción teórica que la autora establece entre “Imperialismo” y “Colonialismo” (en la p. 300 puede leerse un apretado resumen).

La tercera y última parte del libro estudia los avatares de la imperiofobia desde la Ilustración del siglo XVIII, cuya presentación dista de ser amistosa, hasta nuestros días, en los que, según la autora, la potencia de la leyenda negra se ha metamorfoseado para manifestarse en fenómenos tan sorprendentes como los sobrecargos impuestos por el FMI a los países meridionales de Europa o la presentación estereotipada de la figura del español en el cine y la televisión. Y así como en la segunda parte se contenía el núcleo teórico de la disputa contra el “prejuicio anti-imperial”, es aquí donde se revela la intención de constituirse en un texto de intervención en una escena supuestamente deprimida y dormida como la española de hoy.

Sobre sus méritos no nos corresponde opinar, pero no queremos dejar de mencionar que la voluntad de intervención no es contradictoria con la vocación académica de un libro que, en el camino, ofrece algunas perlas de humor ácido y virulento, en la mejor tradición de la invectiva quevediana. Sólo a modo de ilustración, selecciono un par de pasajes. En la página 347, en el marco de su propuesta de distinguir entre “imperialismo” y “colonialismo”, Roca Barea anota: “Igualar el Imperio inglés y el Imperio español en América es como comparar manzanas con calcetines. Tienen algo en común en la forma, si los calcetines están enrollados, pero nada más”. Y algunas páginas más tarde, en su diatriba contra la Ilustración francesa, se lee: “Muchos nombres insignes, plumas señeras de la literatura occidental, van a aparecer aquí mezclados con plumíferos más o menos de tercera” (418) 3Me resisto a dejar de lado otras dos pequeñas muestras de la mala uva de la autora: “La hidropesía nacionalista necesita provocar una sed que ella misma debe satisfacer” (315). Y aún: “Las guerras europeas siempre han tenido ese aire de patio de vecino, que lo mismo se pelean por las cuerdas de tender que se prestan la escoba. Ahora toca matarse. Muy bien, pero que eso no impida conocer las distancias del sistema solar” (104).. En fin, el humor es tan personal como infrecuente en textos académicos, y entendemos que merece ser reconocido.

Y, por último, un brevísimo apunte sobre las posibles reacciones frente a un texto que, como el de Roca Barea, está escrito desde una posición, digamos, ideológica, diferente y aún contraria a la propia –a la mía, para no ir a buscar más lejos-. Esa perspectiva (es posible que a esta altura ya haya sido adivinado) no puede más que vincularse con una tradición de pensamiento “de derechas”, o, en cualquier caso, virulentamente anti-izquierdista. Y es una toma de posición que, sin dejar de ser legítima, no puede sino dejar trazas en la argumentación, algunas de las cuales pueden ser realmente irritantes. ¿Qué actitud tomar frente a una obra de un aliento tan grande como ésta, cuando viene de la pluma de alguien situado en la otra vereda política e ideológica? No somos quiénes, por supuesto, para responder taxativamente a esta pregunta. Pero no está de más recordar que no sólo –y ni siquiera en primer lugar- se aprende de aquello con lo que nos identificamos: tanto o más fértil resulta muchas veces el encuentro con lo otro. Imperiofobia merece asumir ese riesgo.

Notas

  • 1
  • 2
    Villacañas, J. L., Imperiofilia y el populismo nacional católico, Madrid, Lengua de Trapo, 2019.
  • 3
    Me resisto a dejar de lado otras dos pequeñas muestras de la mala uva de la autora: “La hidropesía nacionalista necesita provocar una sed que ella misma debe satisfacer” (315). Y aún: “Las guerras europeas siempre han tenido ese aire de patio de vecino, que lo mismo se pelean por las cuerdas de tender que se prestan la escoba. Ahora toca matarse. Muy bien, pero que eso no impida conocer las distancias del sistema solar” (104).
Carlos Balzi

(Córdoba, 1973) es Licenciado y Doctor en Filosofía por la UNC. Fue becario doctoral de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNC y posdoctoral del CONICET. Actualmente se desempeña como profesor en la escuela de Filosofía de la UNC. Ha publicado, entre otros, los ensayos Humanismo, ciencia y política. El desarrollo de la obra filosófica de Thomas Hobbes, Córdoba (FFYH, 2008); Física y política del autómata. Avatares del hombre-máquina, (Brujas, 2014); Thomas Hobbes, Leviatán, traducción, introducción, notas adicionales y apéndice de Carlos Balzi (Colihue, 2019).