Este libro es un ensayo sobre la libertad humana en una lúdica comparación con sus representaciones artísticas tradicionales: los títeres, las marionetas, las máquinas. “El títere”, nos dice desde el principio el autor, “puede dar la impresión de ser la encarnación de la falta de libertad”. Las preguntas que vertebran las páginas que siguen son, en cierto modo, previsibles. ¿En qué medida es también el humano el títere de otra mano que no controla? ¿En qué medida no es una marioneta cuyos hilos se pierden en un trasfondo que desconoce y acaso imagina? ¿Qué dios detrás de dios la trama empieza? La ciencia, el arte, la filosofía, los mitos y la religión, son diferentes visiones del mundo a través de las que estas preguntas han sido abordadas a lo largo de la historia. Gray zigzaguea con destreza y oficio entre esos registros para buscar semejanzas y diferencias.
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E ste libro es un ensayo sobre la libertad humana en una lúdica comparación con sus representaciones artísticas tradicionales: los títeres, las marionetas, las máquinas. Todas estas entidades son construcciones humanas en las cuales, a priori, las manos de los propios hombres reemplazan su voluntad. “El títere”, nos dice desde el principio el autor, “puede dar la impresión de ser la encarnación de la falta de libertad” (p. 11). La noción de control, o mejor aún, la de autocontrol, es central en esta indagación porque tradicionalmente ha estado asociada con la libertad. “El títere, controlado siempre por una mente externa, no puede escoger su forma de vivir” (p.11). Las preguntas que vertebran las páginas que siguen son, en cierto modo, previsibles. ¿En qué medida es también el humano el títere de otra mano que no controla? ¿En qué medida no es una marioneta cuyos hilos se pierden en un trasfondo que desconoce y acaso imagina? ¿Qué dios detrás de dios la trama empieza?.
El libro de Gray es, por momentos, una antología de lecturas y reseñas de libros que abordan esta temática teniendo como referencia el cotejo entre humano y marioneta. Sobre el teatro de las marionetas, un ensayo escrito por el alemán Heinrich von Kleist en 1810, es la puerta de entrada a ese universo de referencias literarias y filosóficas. Según este texto, la marioneta puede realizar una representación sin engaños ni artificios, capaz de revelar una verdad más profunda y genuina que el teatro convencional con humanos. Las marionetas no tienen que elegir ante cada segundo cómo hacer cada movimiento. Von Kleist, hace 213 años, escribía: “… la gracia se hallará presente en su mayor pureza en el marco humano que o bien no posea conciencia o bien tenga una gran cantidad de ella, es decir, o bien en una marioneta o bien en un dios…”. El humano no es libre porque a cada paso está sometido al pensamiento sobre sí, a la conciencia reflexiva. No puede ser libre porque, a diferencia de las marionetas, está obligado a elegir.
En “La fe de los títeres”, el primero de los tres capítulos que componen el libro, Gray presenta los elementos que componen las controversias sobre este tópico. Estas son muy antiguas y pueden rastrearse en corrientes míticas del pasado, que perviven de manera subrepticia en algunos discursos del presente. El gnosticismo, por caso, es un conjunto de antiguas ideas y sistemas religiosos que se originó en el siglo I entre sectas judías y cristianas antiguas. Según esta doctrina, los seres humanos no se salvan por la fe, ni por el perdón de los dioses, sino mediante la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino. Para los gnósticos, el verdadero Dios creador ha muerto, y su papel ha sido usurpado por un dios impostor, maligno y creador imperfecto. Nuestro mundo es un mundo mal hecho, y por eso es injusto y absurdo. Pero a través del conocimiento, los seres humanos podemos conocer la verdadera naturaleza de la creación. Dice Gray: “Al contemplar el mundo como una obra maligna, los gnósticos promovieron una nueva visión de la libertad…Para ser libres los seres humanos tenían que rebelarse contra las leyes que rigen las cosas terrenales” (p.20). Esto implica rechazar las limitaciones biológicas, psíquicas y materiales de los humanos, en pos de una búsqueda sobre las proporciones abstractas que todo lo regulan. El humano, para ser libre, no debe ser parte de la naturaleza, pues ella es un accidente aberrante, sino escapar de ella para controlarla y transformarla.
Aunque antigua, este ideario está muy presente en la actualidad, aunque en clave hipertecnológica. En su libro La singularidad está cerca, el director de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, postula que la humanidad posee la capacidad de trascender sus limitaciones mundanas en pos de “un aumento explosivo de conocimiento que permitirá a los seres humanos emanciparse del mundo material y dejar de ser organismos biológicos” (p.21). Gray rastrea concepciones similares en la historia de la literatura y los tratados filosóficos. Algunos antecedentes pueden encontrarse en el “Tratado de maniquíes” de Bruno Schultz; en los textos de Giacomo Leopardi; en La Eva futura, del francés Auguste Villiers de l’Isle-Adam; en Borges, claro, y sus Ruinas Circulares, en Lem y su Solaris. La ciencia aquí se entremezcla con la ficción, alquimia que llega a su clímax cuando Gray se ocupa de Phillip Dick, y de su conocida paranoia. Existe un punto de contacto entre el gnosticismo y la paranoia. Si somos marionetas en un universo maligno y mal hecho, alguien mueve nuestros hilos y los telones de la escena. Reconocer los patrones de comportamiento de la mano que digita todo tras el escenario, y de los secuaces que emplea para hacerlo, puede volverse un propósito de vida, cuando no una obsesión.
El segundo capítulo del libro lleva por título “En el teatro de marionetas”. En esta sección la atención se traslada desde los seres que pueblan el universo al universo mismo, al teatro de todos los teatros. La pregunta fundamental es acerca del orden que lo gobierna o, en todo caso, el caos que desgobierna. Los sacrificios del pueblo Azteca y la cosmovisión de Thomas Hobbes, se articulan en torno al mismo problema sobre el carácter hostil del universo. “En el pensamiento azteca”, dice Gray, “los seres humanos no vienen al mundo como seres que funcionan plenamente. Son títeres medio acabados de los dioses y deben construir su propia identidad … [en] un mundo que jamás pueden controlar ni comprender” (p. 73). Todo intento humano de conseguir un poco de orden y justicia es infructuoso y efímero. En contraposición, ante el mismo problema, Hobbes postula que el humano tiende a crear órdenes artificiales con el único fin de evitar la muerte violenta, muerte que los Aztecas no sentían con la obligación de evitar. “Si Hobbes hubiera acertado en su diagnóstico del conflicto humano, la vida de los aztecas habría sido sólo una anarquía embrutecida, sin arte, industria ni alfabeto. La realidad fue la próspera metrópolis que tanto asombró a los invasores españoles” (p. 72). Gray se sumerge, a lo largo de estas páginas, en algunos estudios sociales que intentan responder, empíricamente, si la muerte violenta está realmente replegándose en el mundo cotidiano, producto de los progresos en materia de políticas públicas. Sus conclusiones no parecen muy optimistas.
Por otra parte, esos espacios de orden que pretendía Hobbes encuentran una jerga científica a mediados del siglo XX con el surgimiento de la Cibernética, que también ocupa algunos pasajes del segundo capítulo. [Los seres humanos están] jugando a un juego contra el archienemigo: la desorganización.” (p.86), afirmaba el propio Norbert Winner. Si el universo tiende a la entropía, luchar contra ello consiste en realizar “islas de negentropía” sostenía también el padre de la Cibernética. Esta disciplina surgida al calor de la posguerra, planteó un nuevo paradigma epistemológico en el que las diferencias entre organismos, máquinas y sociedades podían ser regulados (ordenados) a través de un solo corpus de conocimiento en el que convergían las teorías de la computación, la información y los sistemas dinámicos, borrando la diferencia entre los saberes ingenieriles y los saberes humanistas y sociales. En términos de Gray “lo que la cibernética ofrecía a la economía no era solo el poder de predicción y control, sino la posibilidad de comprender el comportamiento humano en términos no humanos” (p. 89). Esta deriva se da simultáneamente en un proceso de espectacularización de la sociedad, por lo que Guy Debord aparece en escena con La sociedad del espectáculo, para combinarse retrospectivamente en el razonamiento de Gray, con el panóptico propuesto por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham, hacia fines del siglo XVIII. En esta alquimia de Gray, espectáculo y vigilancia entran en la misma sintonía como un método de gobierno, o lo que es lo mismo, como una forma de organizar el escenario en el que las marionetas que somos nos movemos bajo la tenue impresión de ser libres. Pero, ¿alguien o algo mueve los hilos? Nuevamente las concepciones conspiracionistas vuelven a ser tratadas en este ensayo, en un tópico que se convierte en una invariante del libro. La posición de Gray parece intermedia: nos movemos con automatismos, pero ni terceros ni nosotros mismos podemos acceder con claridad a las motivaciones de esos movimientos. “Los seres humanos pueden comportarse como marionetas, pero nadie está manejando los hilos” (p. 111). No somos libres, pero nadie nos controla.
En el último capítulo del libro, “Libertad para las Über-marionetas”, es una suerte de consideraciones finales en los que se retoman los dos capítulos anteriores. Gray da lugar a la pregunta ética: “¿Cómo debe vivir la marioneta?” (p. 127), que, a esta altura del libro, ya sabemos que somos nosotros mismos. Aborda en profundidad esta pregunta (antes que la respuesta). La ciencia, el arte, la filosofía, los mitos y la religión, son diferentes visiones del mundo a través de las que esta pregunta ha sido abordada a lo largo de la historia. Gray zigzaguea con destreza y oficio entre esos registros para buscar semejanzas y diferencias. La conciencia, el yo, la reflexión, en definitiva, el alma de las marionetas, es el centro neurálgico del problema en su abordaje final, sea para afirmarla o para negar su relevancia e incluso su existencia.