Este libro es una selección de los artículos periodísticos que Antonio Di Benedetto publicó entre 1943 y 1986, y echa luz sobre sus preocupaciones estéticas, culturales y políticas, además de completar el panorama sobre su extraordinario proyecto de escritura.
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A ntonio Di Benedetto fue, además de uno de los escritores argentinos más destacados del siglo XX, periodista de oficio casi toda su vida. Empezó a trabajar en el prestigioso diario mendocino Los Andes en 1945, a los veintitrés años, pero ya antes había escrito para La Semana, La Palabra y La Libertad. Trabajó en Los Andes −como redactor, como jefe de la sección “Artes, Letras y Espectáculos”, como secretario de redacción y finalmente como subdirector− hasta que la dictadura se lo llevó de las propias oficinas del diario, el 24 de marzo de 1976, rumbo a una prisión política en la que sufrió torturas y de la que saldría diecisiete meses después, rumbo al exilio. A lo largo de todos esos años y hasta antes de su muerte, en octubre de 1886, colaboró también en La Prensa, Clarín y La Nación, además de en numerosos medios latinoamericanos y europeos.
Este libro, excelente antología curada por Liliana Reales, también autora del estudio preliminar, es un muestrario amplio de ese recorrido periodístico, con una selección de textos publicados entre 1943 y 1986, que no solo dan cuenta del trabajo de Di Benedetto como cronista de los más diversos temas, desde los festivales de cine de Mar del Plata hasta las elecciones presidenciales en Chile, pasando por el terremoto de San Juan o el golpe de Estado en Bolivia, sino que también logran ser −en su breve formato− una pintura de época del país, de la región y del mundo, con pinceladas precisas que revelan la mirada de un observador agudo, despierto y, algo poco común en cualquier ámbito del periodismo, desprejuiciado.
Si nos adentramos en los artículos que versan sobre cine, arte o literatura, a medida que avanza la lectura no nos queda más remedio que llegar a una conclusión −provisoria, tal vez sesgada, incluso maliciosa-: qué falta hacen plumas como las de Di Benedetto en el periodismo cultural de hoy en día. El primero de los motivos es tan obvio que parece innecesario aclararlo: la profunda erudición y la amplísima cultura general que poseía el autor, que se aprecian en cada recodo de su prosa, algo que debería ser el sello de cualquier persona interesada en el periodismo cultural y que es lo contrario de la hiper especialización temática que padecemos a menudo. En Di Benedetto disfrutamos y agradecemos todo lo contrario: no solo hay conocimiento, sino también algo que también pareciera escasear en los textos actuales, que es la curiosidad; gracias a eso, el autor sale bien parado escribiendo sobre cine y literatura −su especialidad, pensaríamos−, pero también cuando se adentra en temas más variados. Estando en Francia por una beca, en 1960, cubre para Los Andes el festival de Cannes y también envía una nota sobre sendas muestras de Gauguin y de Van Gogh, exitosas en la temporada parisina. La descripción de los cuadros de Gauguin es de una sensibilidad original y certera (“…arena rosada, de un rosado de golosina”), pero que se permite también reflexiones que van más allá de la simple observación pictórica (“Tal vez [la pureza de lo primitivo] no constituya la frase cabal para decir lo que trasciende del mundo que Gauguin refleja. Y bien, ¿qué es? ¿Es acaso lo simple, lo natural? ¿O mejor: las almas de una sola pieza?”).
La serie de cuatro notas desde Londres de la misma época (“Pantallas y escenarios de Londres”, “Sábado inglés: la mañana”, “Sábado inglés: la tarde y la noche” y “Pinewood, centro cinematográfico”) son innegables tributarias de las aguafuertes de Arlt: en algunos pocos párrafos el cronista narra las costumbres de fin de semana de la capital inglesa (qué se desayuna, por dónde se pasea, vestimentas, compras, juegos) y también la escena teatral y cinematográfica londinense, con sus estrenos y sus éxitos de público. En estos párrafos hay también lugar para una hermosa metonimia: “…aquí atrás el respaldo de la música, y en el muelle cascarudo y fuerte, adonde alcanza plenamente la claridad plateada de las luces de neón, unas manos apretando otras manos, un beso silencioso y largo: un poco de amor sobre la tierra”.
Pero lo más interesante de los artículos sobre “Artes, Letras y Espectáculos” es sin dudas la serie de notas sobre cine. Coberturas de los festivales de Mar del Plata, Cannes, San Sebastián y Berlín, análisis de la escena cinematográfica londinense, homenajes en París al director argentino Leopoldo Torre Nilsson, en todos los casos Di Benedetto se ocupa de mencionar las presencias de las estrellas del momento en los festivales europeos −Bergman, Buñuel, Grace Kelly− y también las escenas pintorescas del de Mar del Plata: Graciela Borges saluda a sus fans desde el vagón de tren reservado a los artistas; Cantinflas, invitado internacional, atrae todos los pedidos de autógrafos; Cesare Zavattini, genial guionista de algunas de las joyas del neorrealismo italiano, pasa, en cambio, casi desapercibido. Hay incluso una mención a Leonardo Favio (“el actor mendocino […] en un papel casi sin palabras, que le exige mucho”). La lectura de estos textos es una manera maravillosa de repasar una época gloriosa del cine nacional e internacional como si fuéramos sus contemporáneos.
Algo que aparece con frecuencia, no solamente en los artículos culturales, sino también en los que tratan de política, es el rigor con el cual Di Benedetto presenta los testimonios de los entrevistados y presenta, a su vez, sus opiniones, señal de una ética periodística absolutamente lejana a amiguismos, acomodos u omisiones tendenciosas (moneda corriente, lamentablemente: en el periodismo político desde siempre, por razones obvias, lo que hace más digno el ejercicio de la profesión por parte del autor, pero también en el periodismo cultural, que a veces parece mera propaganda, alabanza entre amigos o intento de hacerse un lugar en el campo, ensalzando a quien corresponda). En la cobertura de las elecciones chilenas de 1964 Di Benedetto entrevista a todos los candidatos (Salvador Allende, uno de ellos) y permite, mediante preguntas oportunas y atinadas, que puedan explayarse en sus visiones de la sociedad y la política chilenas, pero también, por ejemplo, en su relación con Argentina, con Cuba y con Estados Unidos. Pero el autor no se priva tampoco de dejar en ridículo, con una ironía aguda, a algún artista, por renombrado que sea, como hace con el director mexicano Alejandro Galindo:
—¿Qué hace falta?
—Nuevos valores morales.
—¿De qué orden?
—No sé, a mí me interesa el hombre tal como es.
Como el diálogo no resulta muy coherente por ese lado, se prueba por otro:
—¿Admira o sigue a otro director?
—No, yo solo tengo fe en mí.
El periodismo fue la casa y la puerta al mundo de Antonio Di Benedetto, y lo ejerció con rigor, con inteligencia y con la misma fe ética y estética que se puede contemplar en su literatura: lo sugerido en lugar de lo obvio, el laconismo de la frase, el recorte y el montaje (no en vano escribió tanto sobre cine). Los artículos incluidos en Escritos periodísticos permiten, al fin, acceder y disfrutar del territorio completo de la escritura de uno de nuestros mejores autores.