¿Cómo ser hombre después del #MeToo? ¿La cultura de la cancelación afecta la forma de vincularse? Con un estilo provocativo y directo, Nina Power se ocupa de analizar desde un enfoque cultural cómo viven hoy los hombres su masculinidad.
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N ina Power está preocupada. Su preocupación es la de cualquier intelectual que lee en su época un momento de crisis de valores, constatable en diversos sectores y a diferentes escalas. El peligro inminente es la exacerbación del odio y el rechazo mutuo; la caída en una falta de consideración total por el bienestar ajeno. La causa es la rivalidad que se ha creado entre hombres y mujeres por parte de algunos sectores del feminismo, que han hecho del sexo el principal vector de las relaciones sociales. En ¿Qué quieren los hombres? (Adriana Hidalgo, 2024), Power exhibe en un registro de sencillez periodística los efectos que el empoderamiento femenino produjo (y todavía produce) en la construcción de la masculinidad.
Con formación en filosofía y una amplia carrera como periodista cultural, la pensadora inglesa ha obtenido en varias ocasiones el título consagratorio de “polémica”. Su punto de vista va a contramano del sentido común feminista, de cierto núcleo ideológico que aglutina gran parte de los discursos de ese movimiento teórico y social. Su objeto de análisis es la realidad circundante en un amplio sentido: índices sobre la salud mental de los hombres, sobre sus consumos en redes sociales, en aplicaciones de citas y en sus afirmaciones sobre cómo se perciben a sí mismos y a las mujeres.
Especialmente en los primeros capítulos de este ensayo, la autora parte de una constatación individual para darle cauce a sus inquietudes: si yo soy una mujer, que me rodeo de muchos hombres buenos, ¿cómo puede ser que hoy en día la masculinidad esté demonizada? Power hace carne un reclamo que habitualmente se escucha entre los hombres: “no somos todos iguales”. El punto de partida es, entonces, particular y autobiográfico, y se eleva a una preocupación general. Sin negar, por ejemplo, la marcada tasa de mujeres que sufren violencia en manos de hombres, recuerda los distintos tipos de violencia en los que ellos también son víctimas. Sin negar que el mundo laboral es desigual para las mujeres, explica que las brechas no son tan grandes en relación a los hombres.
En esa suerte de relativización de información (que es la evidencia que sustenta el reclamo de muchas feministas), Power pone el foco en la masculinidad. No hay, como cabría esperarlo de una filósofa, una definición clara de qué encerraría para ella las categorías “hombre” y “mujer”, y sus adjetivos respectivos. Su visión es binaria y anclada en nociones menos académicas y más de sentido común, y se corresponde con una aclaración de principios: “necesitamos volver a pensar en los hombres y las mujeres como ‘sexo’ en lugar de ‘género’”. De esta manera, sus conclusiones son consecuentes con ese paradigma, al mismo tiempo que deja de lado el amplio espectro de identidades que se reifican cuando se utiliza el prisma del género.
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Una amplia mayoría feminista hizo, según Power, que hombres y mujeres perdieran su calidad de socios en la sociedad. En su lugar, los reclamos del movimiento feminista no pusieron a su sexo en pie de igualdad sino que concluyeron en una deslegitimación del hombre. En otros términos, se hizo del sexo la principal diferencia entre los individuos, y no simplemente una entre otras (como la de clase, por ejemplo).
El “olvido” de la masculinidad ha producido desorientación en los hombres. Tal vez sea esta la idea más rica de Power, una que abre una serie de interrogantes sobre lo que significa ser hombre hoy, sobre los tipos de masculinidad que se promueven y censuran desde la cultura.
El diagnóstico del presente que hace la autora incluye lo que el psicólogo conservador Jordan Peterson califica de “infantilismo en el mundo adulto” que, junto con el auge del feminismo, supuso deshacerse del paternalismo en la crítica hacia el patriarcado. El resultado es una horizontalidad perjudicial, que hace que una figura como Peterson tenga un considerable éxito entre los jóvenes con sus reglas para la vida, tales como “Di la verdad o al menos no mientas” y “Enderézate y mantén los hombros hacia atrás”. En Estados Unidos, esta orfandad fue acogida por grupos cristianos que utilizaron la religión para repensar la masculinidad. Así surgieron una serie de gurúes que incluían entre sus indicaciones abstenerse del alcohol, de las relaciones sexuales, de la masturbación y de la pornografía, para concentrarse en hábitos saludables como el entrenamiento, la correcta alimentación y el encuentro con Dios. En esta reconstrucción, Power incluye el surgimiento de campamentos para hombres con una fuerte carga espiritual, sean religiosos o no. Son espacios donde se reúnen a compartir sus malestares, donde hacen yoga, conversan, y se ponen en contacto con una energía masculina saludable.
Este análisis le permite a Power extraer una conclusión política: los hombres se sienten desplazados del espacio común. Se trata de un desplazamiento no ontológico (puesto que los hombres siguen existiendo) sino uno en el que han sido deslegitimados o, en el peor de los casos, tratados como peligrosos potenciales (en este punto, el movimiento #MeToo y la cultura de la cancelación se llevan toda la responsabilidad). Necesitamos, dice Power, apostar por una convivencia heterosocial, “una cordialidad generalizada, o una preocupación por el otro, al margen del sexo”.
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A pesar de que el estilo de Power en esta obra es más bien de blog que de ensayo académico, su enfoque y las referencias que reúne despiertan una amplia lista de preguntas y críticas.
La caridad que extiende hacia todos los hombres en base a sus experiencias personales entraña aquello que critica de la cultura de la cancelación: si todos los hombres no son malos, tampoco todos los hombres son buenos. Si bien resulta claro a lo largo de la obra qué entiende Power por “hombre”, es inevitable adjudicarle cierto rezago respecto de intelectuales que minuciosamente trabajan esa categoría para dar cuenta de las riquezas y complejidades que entraña.
La apuesta por la lectura política de las relaciones entre sexos es, además de necesaria, uno de los puntos más fuertes de esta obra. Resulta un tanto decepcionante su visión un tanto reducida de ese espacio social, una mirada sexista y binaria obturante que corre el riesgo de volver a ese espacio cualquier cosa menos convivencial.
Vale decir que el título de la obra no es meramente retórico, ni una estrategia superficial que luego se diluye. Para evitar equívocos producidos por una imprudente descontextualización, es suficiente con decir por el momento que Power ofrece una respuesta y hasta los pasos a seguir.