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Varsavsky construye una crónica atrapante sobre la ultramoderna sociedad japonesa del siglo XXI, en la omnipresencia de la robótica en la vida cotidiana, el culto de cantantes adolescentes virtuales, la opresiva moral de la armonía social y la represión de los sentimientos. Guiado en su interpretación de lo que ve por una serie de entrevistas y lecturas -sobre todo por las obras de Byung-Chul Han-, el cronista descubre que detrás de la multiplicidad desconcertante de la futurista cultura japonesa del siglo XXI todavía vive e influye una herencia espiritual milenaria, dominada por el zen, el tao y la ética samurái.

 

“Esto será global, pero primero explotará en Japón”

C onversando con el amigo Juan Kolansinski nos preguntamos por el sentido de seguir escribiendo reseñas de libros en tiempos en que los programas informáticos motorizados por inteligencia artificial, al estilo del Chat GPT, parecen hacerlo todo, pero sobre todo los trabajos “cognitivos”, más eficientemente, es decir, con más información y en menos -mucho menos- tiempo. ¿Por qué seguir encargándole a un obsoleto humano que persista en esa tarea anticuada? ¿No sería como encargarle que haga una computadora artesanalmente?

Claro, se supone que lxs humanxs logramos al leer algo que el software tiene vedado: comprendemos lo que leemos y, si nos asiste la fortuna, somos capaces de comunicar esa experiencia. Y quizás en este último término esté cifrada una posible respuesta a nuestra inquietud, si es verdad que la experiencia, cuya decadencia viene siendo diagnosticada desde hace más de un siglo, es intransferible por definición y conforma -junto con la herencia genética e histórica, por simplificar- lo que nos individualiza y califica, al menos potencialmente, lo que hacemos, como una reseña, en algo único (sin que este rasgo diga nada particular sobre su valor cognitivo, claro). Es posible, incluso harto posible, que estas razones no sean más que un consuelo ingenuo y que los avances que previsiblemente la industria informática logrará en los próximos años las expongan como tales. Pero hoy, en cualquier caso y al menos para mí, conservan una fuerza de persuasión que anima a seguir intentándolo.

Como disculpa por este breve momento autorreferencial diré que fue suscitado por la lectura de la extraordinaria crónica de Julián Varsavsky objeto de esta nota. Porque si la reseña humana es cuestionable ante nuestra nueva tecnología imperial, ¿por qué no pensar algo similar, salvando las abismales distancias, con relación al relato y análisis humano de un viaje? ¿No lo haría mejor GPT (o, para el caso, Meta AI) con su ilimitada disponibilidad de información? Japón desde una cápsula está entre nosotros para negarlo, por lo menos por ahora. Y lo hace, si no me equivoco, volviendo una virtud lo que podría ser uno de los principales defectos de la agencia humana en el trabajo cognitivo. Me explico.

Dado que los seres humanos no somos aún plenamente objetos, no existe en nuestros productos la “objetividad”: no hay observador y cronista, para el caso, que no esté marcado por una variedad de prejuicios que se manifiestan en “sesgos” de variada especie. Esto se evidencia en este libro, entiendo, sobre todo en una cierta fijación de la mirada sobre algunos aspectos de la cultura japonesa singularmente “exóticos” para un observador occidental y, en particular, argentino. Desde la robotización radical de la vida cotidiana que llena de “asistentes” electrónicos las tareas menos esperadas -desde la atención en comercios y el trabajo de acompañamiento afectivo y sanitario, hasta las más íntimas variedades vinculares (de las cuales la personalización de las “esposas” digitales y la sexualización de las infancias son dos de los ejemplos más inquietantes)- a las diversas manifestaciones de una moral social basada en la sumisión, el respeto radical de las jerarquías y la represión de los sentimientos en función del mantenimiento de la armonía social, los “hechos” que despiertan la curiosidad de Varsavsky son evidentemente del orden de la diferencia, de la distancia: de lo exótico1Y hablando de exotismo, ¿qué más sorprendente puede haber para un argentino que estas estadísticas de la delincuencia y la seguridad en Japón?: “En la sociedad japonesa de hoy han desaparecido casi la represión política -no hay rebeldía- y la violencia policial o delicuencial. La tasa de asesinatos es una de las más bajas del mundo: 0,35 por cada cien mil (trece veces menos que la de Estados Unidos), un total de 506 por año, contra diecisiete mil de la primera potencia mundial. En 2017 hubo 1582 asaltos a mano armada, o sea cinco por día, la mayoría con puñales. En 2015 ocurrió un solo asesinato con arma de fuego y el cuerpo completo de 259000 policías del país disparó un total de seis balas” (285). Pero este rasgo, que podría devaluar al libro a un catálogo de prejuicios, es convertido por el autor en una virtud epistémica por medio de una prevención metodológico clave de todo buen estudio etnográfico (¿qué son, si no eso, las buenas crónicas?): haciéndose consciente de los condicionamientos culturales de su punto de vista:

“Ciertos fenómenos de esta sociedad me desconciertan y el sentido común no alcanza: el exotismo empobrece la primera mirada. Busco textos académicos desde mi cápsula por Internet, deslizándome por universidades del mundo con toquecitos en la pantalla táctil: un dedo abre ventanas” (307)

Las ventanas digitales no sólo se abren a más información, sino que también son espejos en los que vernos nuestras distorsiones. Y no son sólo digitales. Varsavsky lee para comprender, pero también conversa, haciendo preguntas lúcidas que entonces reciben respuestas iluminadoras. Aunque como bien lo sabemos todxs quienes hemos pasado tiempo (y a veces mucho tiempo) navegando las redes, la multiplicación vertiginosa de opciones que se presentan a cada momento en la ruta virtual implica el riesgo de amontonar información inconexa y anecdótica. Algo que también acecha a la experiencia del cronista en sus paseos por el Japón físico. Pero el autor inventa en el camino una estrategia para conjurar el peligro de la dispersión: la lectura de las obras de Byun-Chul Han. El filósofo y ensayista coreano le brinda las claves necesarias para dotar de una unidad a los observaciones personales, las lecturas y las entrevistas que conforman la materia prima del libro2“Este relato sería una sucesión fragmentaria de vivencias, si una noche no me hubiese recostado a leer a Byung-Chul Han” (338), dotándolas de una unidad narrativa singular.

¿Qué unifica los fenómenos tan diversos en apariencia que el cronista observa, intrigado? Algo insospechable en primera instancia: que en el ultramoderno Japón, y a pesar del quiebre abismal que significaron las bombas atómicas y el fin del Imperio hacia mediados del siglo XX, existe una continuidad espiritual de siglos:

“(…) detrás de lo visible en la hipermodernidad japonesa, late una sacralidad milenaria configurada durante mil quinientos años, con una lógica muy potente, distinta a la del tecnocapitalismo occidental (…) Detrás de un holograma humano de una lolita del J-Pop, late una deidad; bajo el hotel cápsula hay una casa medieval; en el robot de compañía habita un espíritu ancestral; en el salaryman preexiste un samurái; y en el CEO un shogun; la sirvientita victoriana del maid-café repite ecos de la geisha; en la obediencia laboral sobrevuela el fantasma de Confucio; y en el minimalismo de la arquitectura de vanguardia está el vacío del zen” (10-11)

“Pero Japón es vanguardia y hacia allá va el mundo” (11).

Esa espiritualidad difusa pero insidiosa no es obstáculo para el acelerado viaje tecnológico japonés, que adelanta algunos de los elementos que poblarán nuestros propios escenarios futuros, pero que deben ser comprendidos a la luz de las singularidades de su historia para descifrar lo que hay en esta tierra de único e irrepetible y lo que podemos esperar para las nuestras3Varsavsky tiene pruebas de que algunos de los escenarios futuristas del Japón son vanguardia: “El centelleante Japón me interesa en tanto laboratorio sociopolítico de la modernidad tardía, donde analizar los efectos de la tecnología. Cuando vine por primera vez en 2012, casi cada japonés por la calle esta atrapado por las redes virtuales en su smartphone, mientras en mi país no era así” (292).

Si bien las virtudes de Japón desde una cápsula son muchas (por ejemplo, quedó fuera de esta reseña la precisa y amable prosa del autor), me impactaron en particular la serie de eventos sorprendentes y, sí, exóticos, narrados por Varsavsky, pero también su esfuerzo intelectual por quebrar los prejuicios etnocéntricos en función de su comprensión. Pero, claro, ésta es mi impresión. El lector vivirá su propia experiencia en la lectura de esta extraordinaria crónica. Porque si todavía tiene sentido escribir crónicas y reseñas en tiempos de “sabiduría algorítmica”, sólo sucede porque la expectativa de que sus lecturas inviten a generar las aún irrepetibles vivencias de la lectura personal.

Notas

  • 1
    Y hablando de exotismo, ¿qué más sorprendente puede haber para un argentino que estas estadísticas de la delincuencia y la seguridad en Japón?: “En la sociedad japonesa de hoy han desaparecido casi la represión política -no hay rebeldía- y la violencia policial o delicuencial. La tasa de asesinatos es una de las más bajas del mundo: 0,35 por cada cien mil (trece veces menos que la de Estados Unidos), un total de 506 por año, contra diecisiete mil de la primera potencia mundial. En 2017 hubo 1582 asaltos a mano armada, o sea cinco por día, la mayoría con puñales. En 2015 ocurrió un solo asesinato con arma de fuego y el cuerpo completo de 259000 policías del país disparó un total de seis balas” (285)
  • 2
    “Este relato sería una sucesión fragmentaria de vivencias, si una noche no me hubiese recostado a leer a Byung-Chul Han” (338)
  • 3
    Varsavsky tiene pruebas de que algunos de los escenarios futuristas del Japón son vanguardia: “El centelleante Japón me interesa en tanto laboratorio sociopolítico de la modernidad tardía, donde analizar los efectos de la tecnología. Cuando vine por primera vez en 2012, casi cada japonés por la calle esta atrapado por las redes virtuales en su smartphone, mientras en mi país no era así” (292)
Carlos Balzi

(Córdoba, 1973) es Licenciado y Doctor en Filosofía por la UNC. Fue becario doctoral de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UNC y posdoctoral del CONICET. Actualmente se desempeña como profesor en la escuela de Filosofía de la UNC. Ha publicado, entre otros, los ensayos Humanismo, ciencia y política. El desarrollo de la obra filosófica de Thomas Hobbes, Córdoba (FFYH, 2008); Física y política del autómata. Avatares del hombre-máquina, (Brujas, 2014); Thomas Hobbes, Leviatán, traducción, introducción, notas adicionales y apéndice de Carlos Balzi (Colihue, 2019).