La reseña busca poner en contexto la intervención de Agamben y problematizar sus conclusiones, sin dejar de valorar el enorme aporte que hace al poner atención a un caso singular para situar la pregunta por lo real.
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E n la actualidad existe toda una serie de interrogantes y discusiones suscitadas en torno a lo real, que involucra a diversos autores y tradiciones. El realismo especulativo (Meillasoux 2015), el realismo capitalista (Fisher 2018), como distintos realismos ontológicos y filosóficos (Gabriel 2022; Bennett 2022) tratan de salir del giro lingüístico para abordar lo real directamente. El libro de Agamben, ¿Qué es real? (2019), se inscribe en esta misma problemática, pero apela a un extraño caso para plantear su posición: la misteriosa desaparición del físico italiano Ettore Majorana, acaecida en 1938. Una situación singular en la que lo objetivo y lo subjetivo coincidirían hasta volverse prácticamente -y teóricamente- indiscernibles. No obstante, me permito poner en duda esta última suposición (volveré sobre ello al final).
El enfoque puesto en las consecuencias inexorables que, según habría entrevisto Majorana en la lectura agambeniana, traería la indeterminación de lo real en la física cuántica y las ciencias probabilísticas, nos abren a una serie de interrogantes actuales: ¿Y si la ciencia contemporánea nos hubiera planteado la desaparición cómo única respuesta posible ante lo real? ¿Y si el mayor peligro para nuestro modo de ser en el mundo, más que responder a la posibilidad efectiva de la bomba nuclear, obedeciera a la calculabilidad integral del sujeto? ¿Si la algoritmización de nuestras vidas, cantada hoy como el último avatar del sujeto, no fuese más que el corolario empobrecido y reificado de aquello que se produjo hace ya mucho tiempo? Esta última pregunta la deslizo por mi parte, aunque resulta un corolario lógico de las anteriores.
Creo que algo de eso nos trata de transmitir Agamben, con su habitual jovialidad y elegancia, en el opúsculo comentado. Ettore Majorana habría advertido muy tempranamente que los experimentos en torno a la física cuántica iban “por mal camino”, según le había comentado repetidas veces a su familia. La hipótesis que desliza Agamben, desmarcándose de un anterior estudio de Sciascia (1975), es que el problema no residiría tanto en las consecuencias prácticas de la teoría cuántica, esto es: la fabricación de la bomba atómica y el terror lógico que ello le habría provocado, sino en lo que implicaba ontológicamente para el sujeto de la ciencia, en su misma historicidad arrojada al cálculo extendido de probabilidades (tanto en la física como en las ciencias sociales). Es la conclusión a la que habría arribado Majorana, sugiere Agamben, a partir del análisis detallado del último artículo que aquél escribió, “El valor de las leyes estadísticas en la física y en las ciencias sociales” (publicado luego de su desaparición en 1942): la ciencia ya no buscaba conocer la realidad sino conducirla (en cursivas en el texto original).
Luego de introducir al caso Majorana, el filósofo realiza un largo excursus sobre la noción de probabilidad problematizada por Simone Weil (1941) en “La ciencia y nosotros”, un ensayo publicado un año antes al mencionado, que también es una crítica a la física cuántica. Agamben básicamente muestra a través de extensas citas textuales de Weil, junto a otras numerosas referencias y discusiones eruditas (Einstein, Poincaré, Heisenberg, Pascal, Fermat, entre otros), que la probabilidad no refiere a acontecimientos reales sino meramente posibles. La estadística no es una ciencia que permita conocer lo real sino tomar decisiones en condiciones de incertidumbre. Así, finalmente concluye el filósofo italiano:
La hipótesis que intentamos proponer es que si la convención que rige la mecánica cuántica es que la realidad debe eclipsarse en la probabilidad, entonces la desaparición es el único modo en el cual lo real puede afirmarse perentoriamente como tal, sustrayéndose a la sujeción del cálculo. Majorana hizo de su propia persona la clave ejemplar de la condición de lo real en el universo probabilístico de la física contemporánea y produjo de este modo un acontecimiento al mismo tiempo absolutamente real y absolutamente improbable. Con la decisión, esa tarde de marzo de 1938, de disolverse en la nada y de borrar toda huella experimentalmente comprobable de su desaparición, le planteó a la ciencia la pregunta que todavía aguarda una respuesta que no puede exigírsele y que, no obstante, es ineludible: ¿Qué es real?
Resulta interesante esta hipótesis agambeniana: la única posibilidad de responder ante la generalización del sujeto que opera la ciencia moderna, su sujeción al cálculo probabilístico, es la desaparición sin dejar huellas. Una reivindicación de lo real como acto que no es nueva, si se recuerda a aquel sabio oriental que se incineró para mostrar un punto ante los insistentes argumentos pirronianos, o la misma Simone Weil que se dejó consumir hasta la inanición como forma de protesta política ante la guerra, etc. Sabemos además que la “pasión por lo real”, como bien señaló Badiou en El siglo, fue la cruz de las subjetividades militantes del siglo XX. Lo importante es que la pregunta por lo real, sea lanzada en la cara de los incrédulos sin ningún pathos subjetivo, en un acto implacable. De allí, se entiende que Agamben resalte con todas las letras las aclaraciones que dejó Majorana en sus últimas cartas: su acto de desaparición no respondía a motivos egoístas o psicológicos.
Sabemos gracias al psicoanálisis que el sujeto no se reduce a intenciones o valoraciones psicológicas conscientes; el sujeto es un intervalo vacío entre significantes, que se abisma por tanto en un acto sin garantías respecto a la inconsistencia del Otro. Las mutaciones científicas no son tan novedosas ni determinantes respecto a esta antigua constitución del sujeto. Por tanto, considero que la desaparición de Majorana se entiende mejor bajo estas coordenadas simbólicas y que la indeterminación de lo real bajo la probabilística generalizada de la física cuántica y las ciencias sociales no es la causa efectiva de aquélla. La maestría de Agamben suspende la creencia más obvia en el suicidio, pero a mi parecer se precipita demasiado rápido al identificar lo objetivo y lo subjetivo. En efecto, puede haberse tratado de un suicidio, un accidente inesperado o un retiro voluntario de la vida en sociedad, pero la explicación científica objetiva no sustituye el acto del sujeto en su inextricable singularidad.