En El infinito en un junco, Irene Vallejo despliega el origen y las derivas del libro como objeto central de la cultura occidental. Se trata de un ensayo novelado en donde los escenarios y personajes de la historia cobran vida. El libro indaga principalmente en el pasado clásico de Grecia y Roma a la vez que se entrama a otros tiempos y lugares en donde el gran tapiz de la cultura letrada pervive.
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E l Infinito en un junco es un recorrido por la vida del libro y de quienes lo han salvaguardado durante casi treinta siglos. La autora, Irene Vallejo, descubre la trama que le da origen y vigencia como objeto central de la cultura occidental. Descubre la trama y también las costuras. Por momentos, también nos muestra el otro lado del tapiz por el que caminamos. De humo, de piedra, de arcilla, de seda, de piel, de árboles, de plástico y de luz. El ensayo indaga principalmente en el escenario clásico de Grecia y Roma. A la vez que en un vaivén entra y sale a otros tiempos y lugares en donde la trama sigue. Para quienes estamos dentro de este tapiz, su libro nos entiende. Nuestro amor por ese objeto encuentra en sus palabras el aguijón de la pasión.
Entre las muchas bondades, Irene Vallejo consiguió encontrar una voz, como una Scheherezade, que a la luz del fuego nos cuenta la historia de los libros. Y nosotros los lectores, fascinados, vamos dejando las otras tareas para escucharla. Ella nos invita a pensar en los libros como héroes silenciosos en la lucha por preservar las palabras “(..) que son apenas un soplo de aire”. Esto convierte a El infinito en un junco, al decir de Luis Landero, en un ensayo de aventuras.
Esta Scheherezade, capaz de contarnos el pasado como si lo hubiera vivido, es Doctora en Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia. El libro se desprende de sus investigaciones y su tarea como buceadora de bibliotecas (las experiencias en Florencia y Oxford parecen escenas de El nombre de la Rosa). En un principio, como doctoranda. Luego, reescrito para el gran público. De hecho, al decir de la autora, la chispa que encendió este libro fue el encuentro entre un pergamino de Petrarca con la autora en una biblioteca de los Medici.
El saber enciclopédico, la autobiografía y la voz que narra llenan de placer a quien lee este libro. Dice la autora, a modo de desafío “¿Cómo mantener diferenciado el esqueleto de los datos bajo el músculo y la sangre de la imaginación?” La escritura cobra la forma de un rizoma memoria, imaginación y episteme. En él se construye la épica y heroica vida de los libros y de lo que en su interior se esconde como fuente de saber y de placer genuino, a largo plazo. A su vez, de quienes en su anonimato sostienen su vigencia. En esta lucha contra las tropas del olvido, el libro se encuentra vivo.
El junco como escenario para el teatro de lo infinito de la palabra. La escritora construye imágenes que son esenciales para entender la historia de la humanidad. Cuadros en los que no solo pasan cosas, sino también se sienten cosas. De las muchas imágenes que se construyen, la que abre el libro es descomunal. Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Atraviesan peligros de toda índole. Los ha mandado el rey de Egipto. ¿Qué hacen? Libros, buscan libros para su Gran Biblioteca de Alejandría.
Hay otra imagen que por personal e íntima, no deja de ser colectiva. Y es aquella en la que la autora nos relata sus noches de cuento con su madre “Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella era la rapsoda; yo, su público fascinado”. Es posible encontrar en este y otros relatos una mirada feminista. Sí, feminista y, por tanto, humanista. Hay un silencio, una penumbra y hay también una rabia a ese silencio. Entonces Irene le enciende la luz, le enciende la voz. No solo a mujeres con nombre y apellido: Safo, Hipatia, Hiparquía, Sulpicia, Praxillia, sino también a las anónimas, las que enseñan la lengua materna, o sea, las que se colocan en la heroica tarea de pasar el lenguaje a quienes nacen. Allí elabora una hipótesis muy interesante. Todas las metáforas vinculadas al tejer hacen referencia a contar, recitar y narrar. El hilo de la historia, el nudo, el desenlace. En esas metáforas se establece la posibilidad de que las mujeres sean las narradoras orales por excelencia, las creadoras. Sin embargo, todo eso no fue escrito y eso las acalló. El pasado nos interpela. Desde el canon que nos llega, uno masculino; hasta la revisión que hace Irene, en la que devela el otro lado del tapiz, mucho más femenino de lo que parece. Por eso, la injusticia y la contradicción quedan en evidencia. No es este un libro edulcorado y banal.
El Infinito en un junco se centra en el mundo clásico de Grecia y Roma, va y viene al presente, se actualiza como una memoria que se acerca para que podamos imaginar el futuro de este objeto que tanto amamos.