Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló-Joubert recopilan en un solo libro los textos fundacionales del mito del vampiro en la literatura occidental.
Mariano García reúne la mirada de más de cien autores sobre la conexión entre literatura y animales, en un volumen crítico que funciona como punta de lanza para Argentina de una tendencia internacional, la de abandonar el ombliguismo antrópico.
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E l docente, investigador y traductor argentino Mariano García compila, en una edición crítica, textos relacionados con el mundo animal, que pasa desapercibido para gran parte de la humanidad contemporánea. Aquí bien valdría citar aquella frase de autor desconocido para quien suscribe: los humanos no son los únicos animales en el planeta, sólo actúan como si lo fueran.
Se trata de una cuidadosa selección de textos literarios, científicos y filosóficos que dan cuenta de la extensa y valiosa tradición que conecta a la escritura con el mundo de los animales—que, a fin de cuentas, compartimos. Podría invocar algunos términos clave que se aplican a este libro, que sin mencionarlos nos introduce en ellos: antropocentrismo y especismo, ideas que han causado tanto daño y parecen tan naturales que es una tarea titánica oponerse a ellas. No se ama lo que no se conoce, de manera que esta antología enciclopédica—de ninguna manera exhaustiva, pues la relación hombre-animal es virtualmente infinita en la literatura—bien puede servir como peldaño para un amor superior por las criaturas.
García, en un tomo de casi seiscientas páginas, compila textos de autores, geografías y tradiciones diversas entre sí, como Dante Alighieri, Aristóteles, Gustavo Adolfo Bécquer, Charles Darwin, Estanislao del Campo, Emily Dickinson, Kafka (famoso vegetariano), Dostoievski, Herman Melville y Edgar Allan Poe. De Kafka, García eligió “Una cruza”, de 1917, en donde un animalito híbrido, “mitad gatito, mitad cordero”, capaz de provocar ternura (no olvidemos el hambre y la destrucción que atravesó Europa entre 1914 y 1918), conmueve al escritor, quien desea protegerlo a toda costa, aun considerando que el cuchillo del carnicero sería una opción redentora. Es un animal fantástico que, opuesto al asco que provoca Samsa insecto, mueve a la comprensión del narrador.
De la Introducción, en la que abundan las referencias a filósofos y, desde luego, a los autores que forman parte de la selección, podríamos citar algunas líneas relevantes: “La convivencia del hombre con el animal se reduce hoy a la de unas pocas mascotas” –baste ver cómo se conmemora, o celebra, el Día del Animal cada 29 de abril: las redes sociales se llenan de fotos de gatos, perros o loros, como si el resto de las criaturas fuera incómodo, o no existiera— “a la presencia de atrevidos gorriones y sórdidas palomas de ciudad, y […] a las carnes indistintas que vienen empaquetadas y borradas de toda marca que permita presumir en ellas el cadáver”—en esto pareciera que García es algún tipo de simpatizante de PETA o de grupos activistas veganos, pero no, como veremos más adelante. “Tal vez en épocas pasadas habría sido ridículo referirse al cadáver de un animal. Hasta no hace mucho tiempo era corriente comprar pollos y gallinas vivos, o criarlos, la leche se obtenía recién ordeñada de la vaca y el murmullo de la ciudad iba ritmado por el sonido de los cascos de los caballos”. La separación del hombre con el animal es completa en nuestra cultura, aunque todavía existen resabios de un trato más amable para con las bestias. Sigue García: “La idea misma del circo, tan cotidiana para un niño de mi época, es algo hoy exótico y mal visto, como lo demuestra la quiebra y el cierre de los últimos grandes circos”. La desaparición de los leones, elefantes y monos de las malolientes arenas de los circos es, ciertamente, algo para destacar; han sido reemplazados por bailarinas exóticas, arriesgados motociclistas o payasos con rutinas algo cambiadas. Después de todo, no podemos seguir aplaudiendo la brutalidad hacia los animales ni los chistes de suegras. “El animal ya no convive con nosotros”, señala García, “porque después de haber usado y abusado de él de todas las maneras imaginables ahora intentamos restaurarlo a un paraíso terrenal del que idealmente el ser humano debería estar ausente”, conclusión similar a la que ha arribado la especialista en primates Jane Goodall.
García concluye en la Introducción que la literatura ofrece una suerte de camino medio entre las posturas más extremas de liberación animal, acompañadas de un marcado pesimismo hacia lo humano, y la crueldad irreflexiva.
El libro está dividido, a la manera de una enciclopedia de biología, en secciones tituladas “Taxonomía”, en la que se ofrecen textos relacionados con los mamíferos, las aves, los anfibios, los peces y los insectos; “Usos” y “Formas”, que dan cuenta de las aplicaciones—varias non sanctas, entre ellas la guerra—que le ha dado la humanidad a los animales, y lo que podría considerarse una miscelánea, con textos de Maquiavelo, Ambrose Bierce e incluso del Apocalipsis bíblico, con sus criaturas empoderadas para dañar a una humanidad que ha perdido el rumbo. Cierran el libro la sección “Biografías”, con perfiles de los autores antologados, de la A hasta la Y, y un breve complemento bibliográfico, que puede considerarse a la vez sustento teórico e invitación a posteriores lecturas.