Simplemente, no debe, porque le supondría un trauma para toda la vida, y ya tiene uno, así que…
En “La penúltima vez que fui hombre bala” el último libro de cuentos del gran escritor Etgar Keret accedemos una vez más al mundo delirante, gracioso y profundo de un autor imprescindible de la literatura contemporánea.
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N acido en Tel Aviv, la situación de Etgar Keret es la de un autor que viene a hablar del tópico que tratan los grandes escritores de la literatura universal: qué hace el ser humano consigo mismo y con su entorno. Muy profundo quizás. Muy filosófico. En manos poco virtuosas, la cuestión se vuelve pesada, insoportable. Pero en el caso de Etgar Keret, se vuelve una maravilla, una exploración ácida y humorística de la condición humana que mezcla la lectura ágil de los bestsellers con los condimentos que vuelven clásicos y eternos a las grandes obras literarias. Keret viene a presentar lo que sucede cuando la desesperación nos muestra, al mismo tiempo, lo bueno y lo malo de la vida, cuando el fracaso, con el tiempo, ya instituido en nuestro ser, se vuelve lo único que nos caracteriza.
Vale aclarar que la responsabilidad que se le adjudica al autor según estos argumentos es enorme. Mejor tomarlo con humor, con mucho humor, como para hacerle honor a su estilo. Si pienso en el tipo de mezcla que sería la obra de Keret, algo así como una especie de smoothie a servir en un bar popular pero de renombre, tendría la siguiente combinación: Albert Camus (El mito de Sísifo) + Saul Bellow (Herzog) + David Foster Wallace (La niña del pelo raro) + Franz Kafka (El proceso) y, obviamente, + Woody Allen (en particular el libro Sin plumas y la pelicula Crimenes y pecados). Y ¡listo! un smoothie digno de disfrutar.
Keret es de esos bichos raros que incomodan, un fenómeno literario que noquea de puro desconcierto: es un escritor aclamado por la crítica y con una muy buena recepción de ventas en el mercado editorial ¿qué más se puede pedir? La editorial Sexto Piso cuenta con su obra publicada más relevante. Allí encontramos los libros De repente un toquido en la puerta, Pizzeria Kamikaze y otros relatos, Los siete años de abundancia, Extrañando a Kissinger y, por supuesto, La penúltima vez que fui hombre bala. Este último libro de cuentos es una muestra magistral, un trago fuerte que nos lleva a las contradicciones más humanas de nuestra sociedad.
Keret logra un efecto particular, genera un vínculo con sus cuentos que, en mi caso, llega a una dimensión muy personal, como si Keret me estuviera mostrando las miserias de alguien que inmediatamente se vuelve un amigo, provocando que sienta la desgracia de este como si fuera una desgracia cercana a mí, corporizada y real. No me largo a llorar. Claro que no. Porque a lo largo de la lectura, Keret me hace reír, a carcajadas. El peso de las palabras que atentan con derrumbarme toman su equilibrio con dosis fuertes de ironía y humor. Y esa es la gran clave de Keret en La penúltima vez que fui hombre bala: el humor cobijado en el centro de la desgracia.
En este increíble libro de cuentos nos encontramos con la infelicidad de un ángel en el paraíso, un relato en donde la promesa de una escalera al cielo se invierte y muestra los complejos modos de entender la felicidad. Encontramos también una distopía en la era Trump, en donde niños de catorce años se embarcan en una guerra bélica con las lógicas de un juego de Pokemon que pone a los soldados preadolescentes en busca de animalitos coloridos. También está la relación de los padres con sus hijos, y de los hijos con sus padres: un adulto-niño que no encaja en la sociedad y solo se encuentra a sí mismo en los reproches cotidianos de su madre; un padre que trata de dar un buen ejemplo a su pequeño hijo frente a un suicida parado sobre una cornisa; unos hermanos que comprimen el auto de su odiado padre para recordarles la última hazaña que hicieron en contra de la memoria de su progenitor. En La penúltima vez que fui hombre bala hay muchas risas y muchos golpes bajos que quedan resonando en nuestro interior: es quizás lo más cercano que podemos llegar a estar de eso que sentimos cuando nos duele ¿la existencia? ¿el pozo sin fondo de la soledad? ¿la búsqueda inacabable de la felicidad?
En La penúltima vez que fui hombre bala se presentan una serie de personajes hilarantes, depresivos, en situaciones límites, hundidos en crisis existenciales, con un mundo interno que amenaza con derrumbarse constantemente, y son todos, a su manera, tiernos y humanos, complejos y graciosos. Esto se debe a que los personajes están destruidos por dentro: acumulan un manojo de fracasos y desgracias difícil de llevar, tal vez por pura mala suerte o por pura resignación o quizás por esa cosa abstracta y pesada, muy arbitraria, que llamamos vida, lisa y llanamente. Pero ante un horizonte negro y oscuro que Keret parece deparar a sus pobres criaturas, de repente surge una suerte de esperanza, un halo de luz que atraviesa las nubes hinchadas y oscuras. Allí está la gran clave de la literatura de Keret: en el mismo pozo existencial en el que se encuentran hundidos sus personajes, se abre la promesa de llegar a ser mejores, de encontrar la manera de cumplir con algo que los cambie para siempre o que les permita al menos restablecer la paz. En La penúltima vez que fui hombre bala las situaciones son tan hilarantes y descabelladas que por sí mismas justifican la desesperación de tomar cualquier alternativa para salir del horror que los domina. Futuros distópicos, situaciones sitcom, realidades crudas, malas paternidades, relaciones amorosas opacas, de sabor amargo, epifanías en el mismísimo cielo, ciencia ficción surrealista. Keret está dispuesto a desplegar su virtuosismo en una gran variedad de géneros con tal de demostrar lo absurdo de la condición humana en una civilización que perdió hace tiempo su razón de ser.