Novela sobre lo que empieza y lo que termina, sobre las relaciones amorosas y las costumbres sociales, Las hijas de otros hombres de Richard Stern testimonia también una persistencia: la del realismo literario.
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L as hijas de otros hombres, quinta novela de Richard Stern, cuenta dos historias de manera simultánea: la de una relación que empieza y la de una relación que termina. Un encuentro y un divorcio. El punto en común es el Dr. Robert Merriwether, principal centro de atracción del libro. Merriwether trabaja como docente e investigador en Harvard (su tema es la sed, de evidente potencia metafórica) y ejerce la medicina a tiempo parcial, más que nada por interés filosófico. Tiene unos cuarenta años, cuatro hijos y una esposa, Sarah, con la que mantiene un vínculo protocolar. Dicho con la precisión propia de Stern: “Hacia tiempo que él había dejado de pedirle lo que hace aún más tiempo ella empezó a negarle”. Un día, en su consultorio, Merriwether conoce a Cynthia, una mujer veinte años menor. Se convierten en amantes, estabilizan su relación entre tropiezos, se enamoran.
El contexto fundamental de estas historias es la burguesía culta de Cambridge. Sus costumbres, sus hábitos profesionales y miserias. Pero la atención minuciosa a lo que sucede con Merriwether, Cynthia, Sara y la comunidad chica le permite a Stern trazar al mismo tiempo un panorama de la vida en los Estados Unidos a fines de los años 60. Barthes decía: una cierta cantidad de formalismo nos aleja de la Historia, mucho nos devuelve a su dominio. La novela de Stern dice: cierta atención a la vida privada nos aleja de la sociedad en la que se desenvuelve y toma forma, mucha atención nos conduce al corazón de ella. Es la lección de los viejos maestros (una lección siempre nueva): respetá aquello sobre lo que hacés foco; lo demás, de venir, vendrá en consecuencia. Como Merriwether ya no es joven pero todavía no es viejo permite establecer una doble distinción. Hacia atrás, con sus padres y abuelos, que vivieron según modelos en principio más estables (los antepasados excéntricos de los que se habla confirman el peso de las reglas que incumplen). Hacia adelante, con los jóvenes de los años 60, entre los que se encuentra la propia Cynthia. Stern no hace esfuerzos por celebrar los cambios ni se complace en impugnarlos. Asume un punto de vista cercano al que alcanza Merriwether al final de sus historias: trata con ironía y sin reproches (con serena resignación) las costumbres en las que se educó y observa con interés y distancia las costumbres nuevas.
Una de las grandes virtudes de Stern es la manera en la que vuelve evidente la vibración social de eso que nos gusta llamar vida privada sin convertir a sus personajes en meros ejemplos o en meros casos. Merriwether es un burgués culto de Cambridge. No todo burgués culto de Cambridge es Merriwether. Si en el mismo 1973 de Las hijas de otros hombres Thomas Pymchon y Kurt Vonnegut sugerían en El arco iris de gravedad y en Desayuno de campeones que para hablar sobre Estados Unidos y sobre el mundo era necesario asumir el delirio porque ya todo había perdido su eje, Stern se presentaba como un realista de alta gama. El periodo de transición en el que la novela se ubica -la píldora, el rock, la juventud, la marihuana, la difusión del psicoanálisis, la liberación de las costumbres- le da relieve histórico a cada elemento. “Al no vivir en una burbuja, el mundo se filtraba por cien mil poros”, escribe Stern sobre Merriwether. Vale también para el propio Stern. Las referencias periodísticas y los nombres ilustres (estrenos de cine, titulares de revistas, Kissinger, Mao) son los poros más obvios pero también los menos destacados. Los poros decisivos, aquellos por los que se filtra el mundo cotidiano, trabajan en otros planos y otorgan volumen en lugar de énfasis. La casa de los Merriwether, por ejemplo, que es lo primero que Stern presenta, permite entrever un siglo de historia: fue construida con dinero producido por el comercio de esclavos, está llena de signos que hablan de las nueve décadas que perteneció a la familia y es vendida finalmente a una mujer negra.
Stern es extremadamente analítico, y cuando más convencional es el motivo con el que trabaja, más se luce su capacidad de observación. El reencuentro inseguro de los amantes, una cena de Navidad, la entrevista con el abogado del divorcio. No hay palabra, objeto o gesto que no pueda encontrar una resonancia. La investigación científica -que se despliega durante toda la novela y le otorga buena parte de su vocabulario- ofrece también una reflexión estética. “Siempre se pensaba que el cuerpo era más ‘sensible’ en lo más profundo. Pero no; es como la tierra, la intensidad está en la superficie”. Así trabaja Stern: convencido de que la novela no es tarea de excavadores sino de caminantes y pintores (la notable escena final del libro trascurre durante un paseo, entre efectos de sonido y de luz).
Como toda gran novela, Las hijas de otros hombres incluye el espejo en el que se mira a sí misma. Su propia cifra. Es esta, que Merriwether le dice a su hija Esmé en una conversación sobre elefantes: “Son estas vistas panorámicas del mundo los que traen más problemas. Brindemos por los planos cortos”.
Salud. Y amén.