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Los años de docencia le permitieron a Vivian Gornick esclarecer y exponer con sencillez los intrincados mecanismos de la narrativa personal. A través del análisis de exponentes del género y de la formulación de preguntas clave, la autora explica cómo se forma la voz de un narrador que trasciende su propia experiencia.

 

L a parábola que trazan los géneros narrativos puede ser más o menos pronunciada. Hay algunos que mueren velozmente y hay otros que a pesar de las sonantes críticas iniciales alcanzaron una sólida perdurabilidad. Este último es el caso de la narrativa personal, nacida en los 60 en manos de escritores que friccionaban los límites entre el periodismo y la literatura. Vivian Gornick fue una de las hacedoras de esta corriente, quien supo aprovechar los bordes difusos de un género en ciernes para convertirlo en su sello.

 

Gracias a Sexto Piso, se publicó a fines de 2023 en español su obra La situación y la historia. El arte de la narrativa personal, texto publicado originalmente en 2001. Podría ser considerada una obra ensayística, pero sería injusto pasar por alto lo didáctico que resulta su explicación. En esta época en la que lo literario se ahoga en lo personal, en la excesiva autorreferencia, Gornick expone con una envidiable sencillez cuál es la esencia de la narrativa personal, cuáles son los pecados a evitar, ofreciendo sin saberlo un valiosísimo instrumento para leer con agudeza la literatura actual.

Armada de los conceptos de situación e historia, Gornick elige y desmenuza obras de narrativa personal para entender su mecanismo. Por el primero entiende las circunstancias de la obra y por la segunda la experiencia emocional, aquello que se quiere decir y que interesa al que escribe. En las Confesiones de San Agustín, por ejemplo, las circunstancias son su conversión al cristianismo, mientras que la historia es la toma de conciencia del narrador que encuentra un propósito en su vida. Aquí es ineludible el papel que juega el mundo y su acervo de experiencias, en tanto medio que encamina al narrador hacia algún tipo de saber.

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Gornick traza una línea de géneros en esta obra (que coincide con el desarrollo de su carrera) que va desde un mínimo hasta un máximo grado de intensificación del personaje como narrador: periodismo, ensayo autobiográfico y memorias. Dejando de lado el primero, aborda los demás en dos apartados.

El ensayo autobiográfico es el acto de clarificarse sobre la página, un ejercicio que deja al narrador constantemente en una situación vertiginosa, proclive en cualquier momento a decir demasiado, a acapararlo todo, a caer en la confesión o el ombliguismo. El mecanismo del ensayo autobiográfico radica en encontrar en la situación la ocasión de construir la historia, valiéndose del punto de vista personal para elegir las vivencias funcionales al tema. Hay algo que se desconoce y la página es testigo de esa ignorancia: “El ensayo se convierte en un ejercicio sobre el significado y el valor de ver a un escritor conquistar la amenaza que él mismo siente para poder desprenderse de su saber”. Es casi socrático ese camino del saber al no-saber para llegar a un nuevo saber que anida en lo más íntimo de la propia vivencia, un camino que tiene al lector como testigo constante.

Gornick refiere obras y hasta cita extensos fragmentos para ilustrar los casos logrados y no tan logrados del género. Le permiten mostrar cómo hablar de una cosa (la situación) para decir otra (la historia). Así desfilan Joan Didion, James Baldwin y Roger Ackerley, como exponentes de ese fino equilibrio entre el yo y el mundo que el narrador alcanza a través de la transformación que opera su narración.

Esa transformación es en el ensayo autobiográfico una indagación más bien superficial, que se convierte en verdaderamente profunda en el caso de las memorias. En el apartado dedicado a este género, Gornick abre con una sentencia aplastante: “Daría la impresión de que hay en nuestros días un apremio que se adscribe a la idea de un relato sacado directamente de la vida en lugar de uno moldeado por la imaginación a partir de la vida”. La pregunta inevitable es por la causa de este fenómeno, y la autora apela al concepto “vida seria” para formar una respuesta: “Una vida seria es, por definición, una vida sobre la que se reflexiona, una vida de la que se intenta extraer sentido y prestar testimonio”.

Las memorias, para Gornick, no tienen que ver con dejar testimonio ni con una mera trascripción de las reflexiones que una experiencia ha dejado en nuestras vidas, lo que sería una suerte de terapia en papel. Por el contrario, las memorias son “una obra de prosa narrativa sostenida que se rige por una idea del yo forzado a extraer de la materia prima de la vida un relato que moldee vivencias, que transforma acontecimientos, que brinde sabiduría”.

La verdad entendida como el acontecer efectivo de los eventos no es relevante en el caso de las memorias. Surge, en cambio, otra noción de verdad más interesante, compleja y difícil de identificar, que se acerca a una conexión genuina que el escritor alcanza o no gracias a la vivencia. En los casos logrados de memorias, hay un claro principio que organiza toda la narración para responder a la pregunta central “¿quién soy yo?”. En este género, Gornick destaca a Edmund Gosse y Marguerite Duras, y explica por qué las neuróticas memorias de Oscar Wilde y Thomas de Quincey funcionan en contra de sus propias instrucciones.

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Esta obra de Gornick es un estudio de dos géneros de narrativa personal, pero es más que eso. También es un ensayo sobre el acto de narrarse a sí mismo, en un sentido amplio que va más allá del oficio de escritor. Se puede optar por una clave de lectura que extienda el trabajo de Gornick a todo acto narrativo que involucre los discursos que hoy empleamos para leernos y decirnos a nosotros mismos.

Resulta muy seductor el concepto de “vida seria”, en tanto encierra un potencial (no esclarecido en Gornick) que calza muy bien con los mantras de esta época. Si bien la autora no pega el salto hacia una reificación del sujeto narrativo, habilita al menos el interrogante sobre la subjetividad que resulta a partir de distintos empleos de la narración.

Ernestina Godoy

(Lincoln, 1987) es Ernestina Godoy es Licenciada en Filosofía por la UNC, docente y colaboradora en La Voz del interior.