A través de una reconstrucción de los insospechados significados políticos y religiosos que la Arcadia y sus habitantes tuvieron en el mundo antiguo, este ensayo arroja nueva luz sobre conceptos de nuestra tradición política como el de ley, que recupera su significado musical original, pero también el de ciudad y territorio, lo que pone en duda la supremacía de la polis ateniense. Frente a la crisis política de Occidente, Ferrando redescubre en la Arcadia el modelo alternativo de una posible existencia feliz para los hombres en la tierra.
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C uando hace más de 30 años mis compañeros y yo nos acercábamos por primera vez a los por entonces oscuros arcanos de la filosofía antigua, fuimos enseñados que con los filósofos del siglo V y IV antes de nuestra era se produjo un acontecimiento que iba a marcar el rumbo espiritual, pero también político, de la humanidad (y que eso era algo bueno…): el “tránsito del mito al logos”. Este luminoso período habría abierto las puertas a un imparable proceso de progreso humano que, con lógicos estancamientos y aparentes retrocesos, habría llevado del ingenuo politeísmo antiguo a un presente, el nuestro, que, potenciado por la adquisición de todas las técnicas de las que tan orgullosos estábamos, miraba con ternura y un poco de vergüenza sus tempranos comienzos. Era ese un relato sencillo y convincente, del cual no hubiera habido motivos para desconfiar, sino hubiésemos advertido, de a poco a lo largo de los años, que nuestro mundo, ese que se pensaba la cumbre momentánea del ascenso progresivo, no se parecía mucho a su promesa. Y eso nos llevó primero a la perplejidad y luego a la duda: ¿habíamos sido engañados?
Me llevó a este recuerdo la lectura del bello y ambicioso libro de Monica Ferrando1Monica Ferrando estudió filosofía y pintura en Turín y luego en Berlín, con el pintor abstracto Frank Badur. Se dio a conocer en 1991 en Mantua con una exposición titulada “Kore”, presentada por Ruggero Savinio. Desde entonces ha realizado exposiciones personales en Gelsenkirchen-Buer, Florencia, Milán, Scicli, Frankfurt, Ascoli, Londres y ha participado en varias exposiciones colectivas, incluida la Bienal de Venecia de 2011. En 2001 sus pasteles pasaron a formar parte de la colección del Gabinete de Dibujos y Grabados de los Uffizi. Ha publicado diversos estudios, entre ellos sobre Poussin, Bellini, Shitao y Arikha. Cuidó las ediciones italianas de Los nombres de los dioses de Hermann Usener, Hércules en la encrucijada de Erwin Panofsky y La pintura y la mirada de Avigdor Arikha. Es autora, junto con Giorgio Agamben, de la parte pictórica de La muchacha indecible. Mito y Misterio de Kore (2010), traducido a varios idiomas. Dirige la revista online De pictura. Algunas de sus pinturas pueden verse aquí, que si bien trata de una aparentemente oscura cuestión de especialistas en las culturas antiguas, entiendo que justifica la remisión que mi recuerdo hizo al origen de nuestra sospecha:
“La observación de Ernst Bloch según la cual Pan ‘es el único dios que incluso hoy todos los hombres experimentan’ contiene un agudo diagnóstico de la modernidad, que, a pesar de sus certezas científicas, no puede negar la tensión lacerante entre dos formas de irracionalidad, la vida animal y la vida divina, a la que el ser humano permanece perpetua pero inconscientemente expuesto 2Pan, “(…) el portador arcádico de una no humanidad misteriosa y salvífica” (527). También la siguiente cita de Leo Strauss apunta en la misma dirección: “La modernidad no puede ser superada por medios modernos, sino solo en la medida en que todavía somos seres naturales con un intelecto natural. Las herramientas del pensamiento del intelecto natural, sin embargo, se han ido perdiendo para nosotros y las personas sencillas como yo no pueden reconquistarlas con las propias fuerzas: tratamos de aprender de los antiguos” (174)” (320)
Sobre el fondo de estas remisiones a nuestro oscuro presente que conviene introducirse en la particular versión de la “reapertura de la querella entre antiguos y modernos” (Leo Strauss dixit) que Ferrando propone a lo largo de estas casi 700 páginas. El motivo original es en apariencia pequeño y humilde: discutir la interpretación canónica de la decisión de Virgilio cuando sitúa los acontecimiento de sus Bucólicas en el territorio mítico de la Arcadia en cuestión, gesto que fue leído como una toma de partido conservadora en favor del imperio de Augusto, pero que la autora se propone discutir, abriendo las puertas a un viaje de indagación erudita, política y espiritual que parece olvidar al poeta de Liguria, para recuperarlo de manera virtuosa en el último capítulo del libro. El viaje, entre tanto, nos habrá puesto en camino de sospechar que, como intuíamos, habíamos sido engañados.
Lo fuimos en cuanto a varios de las creencias que organizan nuestra visión de quiénes somos y quiénes podemos ser los seres humanos, enigmas que están unidos desde siempre. Pues si la que ha triunfado es la versión que podríamos llamar “hobbesiana” 3A la matriz hobbesiana, el modelo arcádico opone otra versión de los orígenes, pacífica, pobre y alegre: “Es comprensible que en los intérpretes modernos produzca perplejidad el mito de un estado de naturaleza salvaje, que encuentra su perfección pacífica y su satisfacción que no indican torpeza, sino solo la renuncia al atropello” (447) (la propia autora remite a Hobbes en pasajes clave de la obra), que nos describe como seres a un tiempo medrosos y violentos que, si no son sujetados por la correa invisible pero poderosa de las leyes represivas, convertirán su vida en el infierno de la guerra perpetua por demostrar quién es el más fuerte, la autora muestra que hubo una corriente de pensamiento y creación alternativa, que fuera silenciada, que muestra una imagen distinta de nuestra naturaleza y nuestras posibilidades. Una remitida con una constancia -que la admirable erudición de la autora muestra convincentemente- al recuerdo de la Arcadia.
Allí había también leyes, pero esa ley anterior a las leyes, el nomos, lejos de reprimir nuestra naturaleza, auspiciaba otra versión de la misma, menos violenta. Ferrando indaga en el triple significado de nomos como canto y prado, además de como asignadora de derechos y obligaciones, para mostrar que hubo un tiempo -histórico, pero devenido en mítico por su silenciamiento- en el cual aún era posible un vínculo pacífico y armonioso con la naturaleza ahí fuera y con la naturaleza aquí dentro de nosotros. Esa musicalidad originaria del nomos 4“De la infatigable reflexión platónica sobre la música, que pretende injertarse en el tronco viviente del nomos, lo que debemos extraer es la necesidad planteada por el pensamiento de no dejar de medirse con esa esfera de la vida humana en la que los sentidos y la mente, como physis y nomos, deben mantener en constante contacto el riesgoso poder de influirse mutuamente. El ámbito ético que la música desvela es, por lo tanto, original e inmediato y, en cuanto tal, esencialmente político” (86), propia de la Arcadia, derivaba, a su vez, de un origen reverencial a los dioses y, sobre todo, a las diosas de la tierra, y estaba así signada por un elemento femenino que la violenta-y patriarcal- tradición triunfante debió también borrar, para hacer así lugar al modelo de organización político fundante en muchos sentidos de nuestra historia: la polis ateniense.
“La Arcadia poética no será más que un cuestionamiento incesante sobre la profunda razonabilidad y la encantadora inocencia de esta forma de vida humana al mismo tiempo natural y civilizada. En virtud de su condición anterior a la ley y aún de poseedora del código de toda ley, esta forma de vida era de hecho superior a las formas asumidas posteriormente por la ley y por ello, a partir de cierto momento, fue expulsada y declarada extraña” (136)
Para cancelar esta expulsión, y tras su travesía histórica y etimológica por el sorprendente campo semántico del concepto de ley y su incursión por la mitología arcádica, con las genealogías de Hermes y Pan como baluarte, el libro continúa -en el extenso y brillante capítulo V- con un detenido estudio casi monográfico (que podría ser un libro aparte) de uno de los textos fundacionales de la tradición filosófica occidental sobre la erótica política, El banquete de Platón. El minucioso análisis de cada uno de los discursos centrales del diálogo -de Aristófanes a Alcibíades- no atenta contra la unidad de estas páginas, signadas como están por la enigmática y fascinante figura de Diótima de Mantinea, cuyo discurso sobre la naturaleza de eros adquiere dimensiones insospechadas gracias a la remisión que hace la autora a su origen en Mantinea y, por lo tanto, en la Arcadia, pues es a partir de su procedencia arcádica como mejor puede entenderse el potencial crítico de su discurso respecto a la política ateniense de su tiempo y, más allá, a sus derivas patológicas hasta nuestro presente:
“Una erótica política que se hubiera abierto según la enseñanza de la mujer de Mantinea, como visión de una belleza neutra, más allá de las instituciones y las leyes, si bien recapitulándolas y contemplándolas dentro de sí mismas, habría permitido restablecer una relación de continuidad entre nomos y physis capaz de terminar con la oposición, instituida y cultivada de forma expresa por la sofística, entre ambas esferas” (519)
Tras esta meditación platónica, el libro retorna al punto de partida del enigma de la elección virgiliana de la Arcadia como escenario de las Bucólicas, que ahora, tras el extenso trajinar de las páginas anteriores, resulta comprensible en su inscripción en la tradición objeto de reconstrucción en el libro y, así y contra la lectura más extendida, en su naturaleza contra-imperial.
Una actitud, la virgiliana, pero también la platónica y, en general, la de toda esa tradición soterrada y reprimida que la autora devuelve a la luz, la que el libro propone reconsiderar, en un recorrido riguroso y poético a un tiempo, para imaginar alternativas a nuestro opresivo tiempo de arbitrariedades e injusticias. Para no olvidar, en suma, que hubo un tiempo en que los seres humanos supieron de otra forma de convivencia ajena a la prepotencia y la exclusión. Y los
“(…) únicos capaces de resistirse a las seducciones de un eros desviado por estar en posesión del amor al pensamiento fueron y son los habitantes de ese paisaje espiritual llamado con el nombre de Arcadia. Los herederos del nomos musical de la tierra, de aquella era de paz sobre la que se modeló la idea, indestructible, del paraíso terrenal” (647)
Notas
- 1Monica Ferrando estudió filosofía y pintura en Turín y luego en Berlín, con el pintor abstracto Frank Badur. Se dio a conocer en 1991 en Mantua con una exposición titulada “Kore”, presentada por Ruggero Savinio. Desde entonces ha realizado exposiciones personales en Gelsenkirchen-Buer, Florencia, Milán, Scicli, Frankfurt, Ascoli, Londres y ha participado en varias exposiciones colectivas, incluida la Bienal de Venecia de 2011. En 2001 sus pasteles pasaron a formar parte de la colección del Gabinete de Dibujos y Grabados de los Uffizi. Ha publicado diversos estudios, entre ellos sobre Poussin, Bellini, Shitao y Arikha. Cuidó las ediciones italianas de Los nombres de los dioses de Hermann Usener, Hércules en la encrucijada de Erwin Panofsky y La pintura y la mirada de Avigdor Arikha. Es autora, junto con Giorgio Agamben, de la parte pictórica de La muchacha indecible. Mito y Misterio de Kore (2010), traducido a varios idiomas. Dirige la revista online De pictura. Algunas de sus pinturas pueden verse aquí
- 2Pan, “(…) el portador arcádico de una no humanidad misteriosa y salvífica” (527). También la siguiente cita de Leo Strauss apunta en la misma dirección: “La modernidad no puede ser superada por medios modernos, sino solo en la medida en que todavía somos seres naturales con un intelecto natural. Las herramientas del pensamiento del intelecto natural, sin embargo, se han ido perdiendo para nosotros y las personas sencillas como yo no pueden reconquistarlas con las propias fuerzas: tratamos de aprender de los antiguos” (174)
- 3A la matriz hobbesiana, el modelo arcádico opone otra versión de los orígenes, pacífica, pobre y alegre: “Es comprensible que en los intérpretes modernos produzca perplejidad el mito de un estado de naturaleza salvaje, que encuentra su perfección pacífica y su satisfacción que no indican torpeza, sino solo la renuncia al atropello” (447)
- 4“De la infatigable reflexión platónica sobre la música, que pretende injertarse en el tronco viviente del nomos, lo que debemos extraer es la necesidad planteada por el pensamiento de no dejar de medirse con esa esfera de la vida humana en la que los sentidos y la mente, como physis y nomos, deben mantener en constante contacto el riesgoso poder de influirse mutuamente. El ámbito ético que la música desvela es, por lo tanto, original e inmediato y, en cuanto tal, esencialmente político” (86)