La soledad del subversivo de Marco Bechis, un relato en primera persona sobre la detención ilegal del autor y director de Garage Olimpo que complejiza una mirada sobre las organizaciones armadas de los setenta, los sentimientos de vergüenza y culpabilidad y la reflexión política de esa cruda experiencia.
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L a soledad del subversivo de Marco Bechis es un libro incómodo. No, desde ya, en ralación a la dificultad o accesibilidad a su lectura. En relación a esto último puedo decir que se trata de un relato fluido, incluso cuando se vuelve crudo, despojado y directo. Porque La soledad del subversivo es, ante todo, la forma que Bechis encuentra para asumir su condición de víctima. Comenzó a escribirlo apenas finalizada su instancia testimonial del juicio sobre el centro clandestino de detención donde estuvo cautivo, conocido como Club Atlético, que culminó con la condena de culpabilidad de los represores involucrados. Tampoco es incómodo por el tránsito y la aceptación del autor del sentimiento de vergüenza por sobrevivir, que sobrepasa y deja atrás la culpabilidad de haberse salvado.
La soledad del subversivo es un libro incómodo porque intenta plantar en la discusión sobre la lucha armada en los setenta la instancia autocritica. Se corre del pedestal moral y sin matices de buenos y malos. Ni dos demonios, ni demonios y ángeles. Hombres. Esa discusión, tal vez necesaria, es incómoda hoy porque el libro encuentra su edición en un momento donde el negacionismo del genocidio, llevado a cabo por el proceso de reorganización nacional, encuentra un lugar de discusión mediática que se presentía ya saldado. Hana Harendt dice: nosotros tenemos ahora la misión de comprender y La soledad del subversivo aporta pasos claros en esa dirección. No hay ambigüedad, ni abono para negar la más mínima acción ilegal de la represión. Al leer la crónica autobiográfica de Bechis no hay lugar para la duda sobre la merecida y justa condena de los culpables, no hay lugar para negociar a los que sufrieron su brutalidad, no hay vacilaciones en la narrativa de los actos criminales de las fuerzas armadas. Bechis relata sin ornamentos las condiciones de vida en cautiverio, la tortura, sin dejar de decir aquello que lo lastima más que esas condiciones. La novela narra su llegada al país desde Italia, en pleno proceso y accionar ilegal. Su encuentro con un compañero que, sin dilaciones le da un arma, una pastilla de cianuro y lo insta a pasar a la clandestinidad. Se encuentra viviendo con compañeros que fabrican un explosivo y lo esconden en la mesa de luz de su casa. Explosivo que matará a cuatro policías en un atentado. Bechis une ese hecho como consecuencia de su situación, en plena sesión de tortura “Cuando vi aquella bomba de mano en el cajón, ¿por qué no me pregunté para qué iba a servir, por qué no me fui? El dolor por la electricidad ha pasado ya a un segundo plano, como si hubiesen disminuido los amperes, aunque no lo han hecho. Hay algo que se ha roto dentro de mí, que me quita la respiración, es insoportable tener que admitir que son ellos los que están del lado de la razón. Esa contradicción me duele más que la electricidad que me estremece. Mi cuerpo se sacude sobre la mesa de hierro, pero yo estoy llorando por un dolor profundo, no por la picana” Los padres de Bechis llegan al país cuarenta y ocho horas después de enterarse de su desaparición. Usando sus contactos empresariales, nombres pesados y reconocidos en el mundo de los altos negocios, logran el contacto con el general Suarez Mason y el posterior “blanqueamiento” de su detención. Bechis narra esos días en una mezcla del relato posterior a esas negociaciones de sus padres con lo que él va escuchando en su detención. Vendado, el sonido se convierte en imagen y las tratativas de su familia se vuelven escenas mezcladas con su percepción auditiva en cautiverio. Esto determina con fuerza en Bechis su sentido del cine. La toma final de su película, Garage Olimpo filmada desde un avión de las Fuerzas Armadas, muestra el Río de la Plata musicalizado con el himno militar “Aurora” imagen y el sonido se atragantan en la historia que conocemos sobre esos vuelos, internalizando cualquier reflexión con la crudeza de lo que se está contando. La soledad del subversivo usa ese mismo concepto, lo expande y lo vuelve fastidioso pero inequívoco en cuanto a su verdad. Ya en libertad, de regreso a Italia, Bechis tiene un encuentro con el “poeta guerrillero” Juan Gelman, quien lo insta a actuar de contacto desde Madrid. Gelman sale mal parado en la imagen que tiene de él Bechis, que vira de la admiración a la decepción y un incipiente desprecio. “Ingenuamente pensé que el poeta me iba a comprender y que, con gran sensibilidad, me iba a alentar a que siguiera mi camino. Pero no, se levantó, y con una buena dosis de enojo, alzando la voz, comenzó a sermonearme, que no era un buen compañero, muchas personas estaban muriendo y yo tenía una responsabilidad que no quería asumir. Lo escuchaba en silencio y cuanto más él alzaba la voz, menos dudas tenía yo con respecto a mi decisión. Su voz temblaba, tal vez él tenía las mismas dudas, pero por espíritu de cuerpo estaba obligado a esconderlas. Pensé en la torpeza de los poetas incorporados a las organizaciones armadas. Estaba frente a un hombre de cincuenta años que incitaba al martirio a un jovencito de veinte años en nombre de una batalla perdida”.
La soledad del subversivo apunta a una revisión, una autocrítica que cree necesaria para un entendimiento histórico. Es un libro contra los absolutos, contra el malo absoluto en contraposición al bueno absoluto. En los matices, en los grises de esos absolutos, Bechis encuentra necesario poner sobre la mesa la autocrítica, no entendida como una puerta abierta a discutir la culpabilidad comprobada y justa de los represores, sino como un aporte a reconocer la complejidad de la historia, sus resquicios, sus contradicciones, las historias de la experiencia vivida que en definitiva aporta un caudal siempre torrentoso a la historia con mayúsculas.