En La invención de la histeria, el filósofo francés Georges Didi-Huberman hace honor al título e indaga el método de Charcot y el papel de la fotografía en el proceso de “invención” de la histeria en el cuerpo de las pacientes de la clínica La Salpêtrière.
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E n La invención de la histeria Georges Didi-Huberman conjuga su perfil de filósofo e historiador de arte, su inspiración foucaultiana y sus conocimientos sobre el psicoanálisis y su historia. Con prolijidad y detallismo indaga en la relación entre las histéricas y los médicos psiquiatras de la Salpêtrière, la figura de Charcot y la cuestión del cuerpo en el método experimental, y analiza también el uso de la fotografía y la imagen como instrumento que sirve de metáfora del ojo clínico de la ciencia psiquiátrica moderna.
Todo síntoma (no es una novedad) está estrechamente vinculado con las coordenadas socio-históricas que lo engendran, tanto por los factores que posibilitan su origen y su manifestación como por el modo en que el discurso de la comunidad y de la ciencia lo definen. Así, la locura entabla una íntima relación con el discurso de época y es por esto que, más que de “descubrimiento”, Didi-Huberman se atreve a hablar de “invención”. La histeria no ha estado por siglos sentada esperando a ser descubierta por estos hombres del saber, sino que es justamente en el diálogo con la medicina y la psiquiatría francesa del siglo XIX que toma una particular forma.
Ya desde la antigüedad la palabra histeria surge para designar una afección femenina determinada por la condición de tener un útero, un órgano imaginado con características oscuras y misteriosas que desposeen de la razón y la voluntad, un animal errante en el cuerpo de las mujeres, Platón dixit.
Tras un largo salto histórico, la práctica médica se transformaba entre desarrollos tecnológicos y el discurso del progreso científico al servicio de los Estados modernos: “El saber anatómico (…) convirtió al cuerpo en una maquina” (Bruno Bonoris, El nacimiento del sujeto del inconsciente). La histeria, que en tiempos más oscuros no entraba en la dimensión de lo relevante para el saber médico por pertenecer al territorio de lo femenino (si no lo podemos explicar entonces procede del animal errante que vive en el cuerpo de las mujeres) aparece como una enfermedad de los nervios, y esto le da el beneficio de la mirada rigurosa de la medicina.
En el Paris de fines del siglo XIX, en la clínica de La Salpêtrière, algunos médicos comienzan a interesarse por los padecimientos de las mujeres, porque allí sus cuerpos desafiaban las leyes de la mecánica de la anatomía y los órganos. Lo que cautivaba su atención y despertaba su curiosidad científica era: ¿de qué es capaz un cuerpo? Allí, en el llamado “infierno femenino”, “museo patológico de lo vivo”, “enorme emporio de las miserias humanas”, los cuerpos atormentados de las histéricas se arrastran, gimen, tiemblan, zumban de goce y dolor como en un gran panal, se retuercen en contorsiones demoníacas y pasionales. Huberman pone atención también a la cuestión del cuerpo en el método experimental de Charcot. Dice respecto a la mirada que “anticipa sobre cuerpos vivos los resultados de una autopsia”, lo cual es representativo del cuerpo en la ciencia moderna: convertido en naturaleza muerta, despojado de palabras, de su capacidad de significar algo más allá de los hechos. Entonces, ¿qué expresan estos cuerpos ante las miradas sordas, sedientas de manifestaciones? Si de algo no va a dudar Freud y el psicoanálisis que hace nacer (y que Huberman retoma en su lectura) es que el teatro de las mujeres de La Salpêtrière quiere expresar algo, tiene un mensaje encriptado en otro lenguaje. Para acercarnos a esa criptografía aborda el protagonismo de la fotografía en el método experimental de la ciencia psicológica moderna como metáfora de la mirada clínica de la época: el lente-retina como instrumento eficaz que captura una verdad evidente en sí misma, una mirada muda, mecanizada, absoluta, superficial y meramente descriptiva. El diálogo entre ad-miradores y ad-miradas hacen de la histeria una puesta en escena que queda registrada en imágenes que generan gran impacto al observador.
Huberman reconoce con solemnidad que entre los médicos y las llamadas locas histéricas hay un diálogo performativo, en el sentido butleriano del término: entre ambos el síntoma aparece como performance, como expresión de goce y sufrimiento, como mensaje, como acto, como ficción que al repetirse insistentemente genera un efecto de verdad. Quizás tras una lectura profunda de sus desarrollos y una mirada atenta de la gestualidad laberíntica de las mujeres de La Salpêtrière podamos acercarnos a las palabras que sobreviven en la dramaturgia.