Fred Vargas toma la lógica clásica de su amada Agatha Christie y el costado truculento de un Gaston Leroux, y los pone a jugar en un mundo de aventuras que bien podría habitar Tintín.
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L a corneja cenicienta es un ave de la familia de los córvidos. Es un poco menos tenebrosa que su primo maltratado, el cuervo común, gracias a su plumaje, más variado: cuerpo beige y alas de azul metálico. Aparentemente, sus excrementos ahuyentan a las víboras.
Al lado de la corneja cenicienta: Maximilien Robespierre, la figura política más controversial de Francia. Divide aguas, o parte una historia en dos, cómo Federales y Unitarios. “El incorruptible”, un mártir de la democracia infante, el que lideró a su país durante la turbulencia pos-monárquica; o la cara de “El Terror”, un tipo tan intransigente que devino déspota, un maniático asesino de sangre fría.
Todo envuelto en la bruma que habita el afturganga, un monstruo de la mitología nórdica, que según dicen, ahora habita en un palmo de tierra en Islandia. Allá terminaron desprevenidos unos turistas franceses y diez años después convoca al inefable comisario Adamsberg en Tiempos de hielo.
Fred Vargas no tiene miedo ni a la biblia ni al calefón. La corneja cenicienta, Robespierre, el Afturganga. Los policiales de Vargas tienen múltiples investigaciones. Las diferentes líneas que se le abren al comisario para resolver el enigma y los distintos fenómenos que se le cruzan en su lectura voraz a la escritora.
Antes de ser la pluma más leída de Francia, hizo carrera como académica. Estudió historia y se especializó en arqueozoología. Ocupada en la economía en la Edad Media y, más notoriamente, en la historia de la transmisión de las epidemias, Vargas es autora de una investigación sobre el papel de las pulgas en la transmisión de la peste negra que es material de consulta obligado en su especialidad. En 2008, cuando preocupaba la gripe aviar, detuvo la escritura de policiales para diseñar una máscara preventiva. Por esos años advertía sobre la venida de una pandemia de impacto mundial. Sin duda, una mente bastante singular.
Estamos entonces ante una escritora estudiosa y omnívora. Con saberes de arqueóloga, hace un salto imaginativo y se posiciona como médica forense – otra forma de arqueología. Dicho esto, sus trabajos son metódicos, pero no mecánicos. Vargas toma la lógica clásica de su amada Agatha Christie y el costado truculento de un Gaston Leroux, y los pone a jugar en un mundo de aventuras que bien podría habitar Tintín. Como en las historietas de Hergé, el mundo todavía está por descubrirse; un policía parisino no limita su jurisdicción a un distrito de la capital, sino que puede ser un trotamundos con tal de resolver el caso que lo ocupa.
“¡Yo no escribo novela negra sino novela de enigmas!”, declaró Vargas un tiempo atrás. “El comisario es el héroe; el asesino, el minotauro, y las falsas pistas son el laberinto. Con esos elementos juego cada vez”. ¿Reescribiendo mitos? No exactamente. Tiempos de hielo solo puede tener lugar en la actualidad, aunque ese presente esté obsesionado por el pasado (histórico y folklórico). Los personajes de Vargas hablan un francés contemporáneo, aunque ninguno de ellos se ponga de acuerdo en qué significa.
“Pero es que yo no soy realista. Me preocupo por la realidad, eso sí”. Así que muchas investigaciones y también muchas voces. La voz del somnoliento, cuasi zen, comisario Adamsberg. O la voz erudita y beoda de su mano derecha, el comandante Danglard. O la voz ácida y furibunda de un presunto heredero de Robespierre. Detrás de todas ellas, la voz brillante y excéntrica de Fred Vargas, la reina vigente del polar francés.