En Humanidad. Solidaridad con los no-humanos, Morton ofrece los instrumentos filosóficos para cambiar radicalmente la concepción del hombre, a través de audaces y certeros planteos teóricos.
≈
H ay empresas filosóficas que se destacan por su ambición, por el intento de explicar, nada más ni nada menos, todo. Esas intenciones responden a una época de la filosofía que, profesionalización mediante, ha perdido su impulso para dedicarse a problemas más locales, más pequeños y acotados en el tiempo. Atrás quedaron esos intentos de reunir bajo un concepto o una idea la totalidad de lo explicable; un paradigma omniabarcador que despliegue jerarquías conceptuales para trazar un mapa sobre el mundo en el que vivimos. Así era, al menos, hasta que Timothy Morton decidió que tenía algo para sumar a la conversación.
Morton es un filósofo inglés que se inscribe en una corriente nueva de filosofía llamada “filosofía orientada a objetos”. Este movimiento, que encuentra sus raíces en el pensamiento de Martin Heidegger, desafía el paradigma antropocéntrico del conocimiento y propone una metafísica en la que los objetos del mundo no sean a medida del hombre sino independientes. Claro está que a esta síntesis debe agregarse el matiz que debe establecerse sobre el grado al que puede llegar esa independencia. Sin embargo, lo dicho basta para situar a Morton en un paradigma que mira de frente la milenaria cultura occidental con sus demandas lógicas de los principios de identidad, de no contradicción y del tercero excluido.
Esta vez en Humanidad (Adriana Hidalgo, 2017), Morton repara en un tipo de objetos que son los no-humanos para cuestionar los límites que circundan lo que de manera dogmática se ha defendido históricamente como humano. “¿Qué es el hombre?” –y sus variantes como “¿Qué es lo humano?”, “¿Qué es la humanidad?”− es una de las preguntas más antiguas de la filosofía que Morton está dispuesto a trabajar de lleno.
Abarcar la totalidad aparece en esta obra, entonces, no como un anuncio o pretensión, sino que se traslada al estilo del autor. Su propuesta no echa mano solamente de grandes nombres de la filosofía (Kant, Heidegger, Marx), sino que se vale de la literatura, del cine, de las series y hasta de la matemática para defenderse en varias áreas. Su tesis no se sostiene meramente en la demostración de una abstracción metafísica, como si se tratara de un juego de palabras entre doctos.
*
Tal vez lo primero que pueda decirse del humano es que es una criatura viviente, una criatura que tiene vida. Esta es la primera categoría que desafía Morton, aquella que traza un límite y deja afuera lo carente de vida por no pertenecer al reino de lo humano. Para el autor, lo humano también se aloja en las zonas intermedias entre lo vivo y lo muerto, o entre lo vivo y lo que jamás tuvo vida. Los residuos que deja la humanidad en la Tierra, uno de los ejemplos más recurrentes de Morton, tienen un halo espectral –difícil de apresar pero no por eso inexistente− que remite precisamente a su creador. Desde aquí, la conexión con la concepción ecológica del mundo es clara. Lejos de las formas más banales de entender el cuidado del medio ambiente, está la propuesta de Morton, que de manera radical piensa en un mundo donde las fronteras entre lo humano y lo no-humano son tan poco claras que hay que pensar que no existen: “la vida humana es menos espectacular, menos grandiosa, menos vital; más ambigua, más perturbadora y más abarcadora”. Se trata de una ecología sin naturaleza, una concepción sobre el medio ambiente que no alecciona sobre separar los residuos y reciclar el plástico, sino que es más profunda. “Naturaleza” es un concepto antropocéntrico que refiere a aquello que está dado de antemano sin más y que se opone al concepto de “artificialidad”. En su lugar, Morton prefiere el término “biósfera”.
Que el mundo actual esté ahí delante de los humanos listo para ser utilizado se debe a una concepción de mundo que encuentra sus raíces en la agro-logística de la antigua Mesopotamia, y que luego se despliega en figuras hoy cuestionadas, como el patriarcado, el capitalismo neoliberal y el imperialismo. El control del entorno para obtener beneficios para la vida tiene consecuencias, por ejemplo, en el control de los cuerpos y de la natalidad. Estos primeros pasos se cristalizan en el tenebroso concepto de civilización, resultando en los peligros actuales del calentamiento global y la extinción.
Morton rastrea las raíces filosóficas de este estado de cosas gracias a Heidegger, sumándose a su crítica a la metafísica de la presencia. Según esta concepción, se privilegia aquello que está constantemente presente, en el ahora, en tanto recibe un sentido dado por el sujeto. El sujeto tiene el privilegio de ser fundamento del sentido de todo lo que es; decide qué es lo existente y qué es lo no existente. Su crítica alcanza al correlacionismo que paradigmáticamente sostuvo Kant: los objetos son lo que son en virtud de un sujeto que los configura como tales, anulando su independencia y otorgándoles realidad. Aquellos objetos que no caen bajo la experiencia del sujeto son destinados a las oscuras aguas de la cosa en sí.
En este trazado, el lenguaje no queda a salvo. Esta metafísica de la presencia tiñe las palabras y resulta en un mayor desafío hablar de eso que no debería ser llamado eso: “No puedo hablar porque el lenguaje, y en particular la gramática, es pensamiento humano fosilizado”.
*
Más allá de las decisiones que tomen algunos gobiernos bien predispuestos, para Morton es urgente un cambio radical a la hora de pensar en la humanidad y en todo aquello a lo que de manera casi arbitraria se etiqueta como no-humano. Apostar por una concepción ecológica en el sentido radical implica, necesariamente, que los humanos se bajen del pedestal ontológico al que se subieron. No existe ninguna demostración que sostenga esa jerarquía, que marque una diferencia de esencia respecto a otros objetos. Antes bien, nos circundan ejemplos en los que ese límite es ínfimo: las prótesis, el microbioma bacteriano y los artilugios tecnológicos. Los hechos más inmediatos demuestran que “los mundos son perforados y permeables, y por eso podemos compartirlos”. Cualquiera que haya tenido una mascota habrá llegado a través de la experiencia al énfasis de Morton: “No se trata de saber que hay un mundo; se trata de ocuparse de las cosas, de llevar adelante los asuntos perrunos, arácnidos o marinos”.
Ante el recurrente espíritu de denuncia, Morton ofrece una salida posible. Aquí aparece Marx, o más bien, la recuperación de una lectura del marxismo. El autor subraya que no estuvo entre las intenciones de Marx incluir a los no-humanos en su propuesta ni refutar el antropocentrismo de Occidente. Sin embargo, hay espacio para que Morton introduzca una cuña para nada insignificante.
En tanto crítica del capitalismo, la teoría marxista permite ver a los objetos de una manera diferente. El concepto de alienación, tal como lo expuso Marx, supone una traición a la esencia humana por parte de la lógica capitalista. Morton propone dejar de lado la noción misma de esencia del hombre y, en un mismo movimiento, extender el fenómeno de la alienación a entidades no-humanas. Una entidad no se reduce al beneficio o placer que pueda proporcionar. Si hay explotación en el caso del obrero, entonces también la hay en el gusano que exuda seda y en la abeja que construye su colmena. Así, resulta que no hay una diferencia radical entre humanos y abejas, ni entre el humano y el durazno que le proporciona alimento. Se trata, antes bien, de una modalización de mundos permeables que comparten una biosfera siguiendo una pauta que no es la solidaridad –una relación marcada por la necesidad− sino la amabilidad.
*
Un filósofo dijo que la filosofía siempre llega tarde, lo que no necesariamente debe ser un defecto de la disciplina. En el caso de Morton, por ejemplo, se puede decir que llegó a tiempo.
Humanidad tiene los ingredientes que caracterizan a las obras de filosofía que sacuden el sentido común y cuestionan lo obvio. En este ensayo, Morton disfruta de las tesis polémicas, sale airoso en la reconstrucción de filósofos de la tradición y somete al lector a pasajes complejos. Aunque tal vez su mayor riqueza sea aquellos que es poco frecuente en ensayos contemporáneos: elabora una pauta de lectura radical del mundo circundante.