Un policial ambientado en Irlanda que repasa situaciones de violencia de género, acoso laboral y un crimen en apariencia sencillo de resolver pero que no se detiene en el discurso y resuelve todo en la acción narrada al detalle sin perder agilidad y ritmo.
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E sa Antoniette Conway es la única detective del departamento de homicidios de Dublín, lejos de ser esto, un dato anecdótico, su condición de mujer de fémina rara avis en la fuerza, la hace blanco de bromas, chistes subidos de tono, menosprecio disfrazado de una supuesta tranquilidad laboral. Es que a Conway se le asignan los casos menos complicados, casi resueltos que no distan mucho de llenar un papeleo burocrático sin mucho que investigar. Sólo un compañero la trata con deferencia y respeto, el agente Morgan, actitud que lo convierte de manera automática en el hombre asignado a compartir las investigaciones con la detective. Quemarse es normal. Pasa más en brigadas como Crimen Organizado o Estupefacientes, donde te enfrentas a diario con la misma mierda y da igual lo que hagas por- que no cambia nada: te partes los cuernos reuniendo pruebas y luego te ves a las mismas chicas prostituyéndose, solo que bajo el mando de un nuevo chulo hijo de perra; los mismos yonquis comprando la misma mierda cortada pero de otro capo de la droga. Tapas un agujero y la mierda sale por otro y nunca para de chorrear. Esas cosas acaban afectando a la gente. Al menos en Homicidios, cuando encierras a alguien, todo aquel que podría haber muerto en sus manos sigue con vida. En cada caso luchas contra un único asesino, y no contra el lado más oscuro de la naturaleza humana en bloque, y a uno suelto se le puede ganar. En Homicidios la gente aguanta. Hasta la jubilación. En cualquier brigada se aguanta mucho más de dos años.
Entre las bromas, cada vez más pesadas y constantes y casos resueltos antes de empezar, la dupla recibe la orden de investigar un caso que parece una pelea de pareja que terminó con la muerte de una mujer. Aislinn Murray es encontrada muerta en su casa, con la mesa puesta para una cena romántica. Lo que parece un asesinato de manual, con el novio como sospechoso inequívoco comienza a enrarecerse en la misma observación de la escena del crimen. La detective Conway cree recordar haber visto a la víctima antes. Una amiga de la mujer asesinada dice que ella se sabía en peligro, que el novio nada tiene que ver. Un merodeador denunciado en los días previos al crimen parece ser un acto para desviar la investigación. Mientras el caso de Aislinn Murray se profundiza, su imagen de chica rubia y bonita, de muñequita irlandesa que sólo quería casarse se resquebraja. La presión del departamento para que la detective arreste al novio y cierre el caso se hace cada vez más pesada y Conway comienza a sospechar que no le asignaron un caso fácil como otras veces, le han tirado una piedra para hundirla. La situación ayuda para que la detective reafirme su carácter rudo, su perseverancia, su piel curtida, aun cuando toda su realidad parece dejar poco margen para el descanso y la reflexión.
Tana French maneja a la perfección el género y sabe introducir poco a poco el ambiente pesado, el cansancio y desasosiego que la Conway va acumulando. Precisa en detalles que convergen en crear un misterio alejado del cambio de trama y los plot twist tan a la moda, French suelta en dosis un escenario que es a la vez parte de la trama. Una ventana pintada de blanco, prolija y encantadora, pero con un vidrio cortado y sucio. El manejo de ese in crescendo detallista pero siervo de la trama se hace evidente en los maravillosos interrogatorios que Conway lleva a cabo en su investigación. Me lo estoy pasando en grande con este interrogatorio. Y no solo porque vaya bien, sino porque es limpio. No hay supuestos ni quizás acechando por las es- quinas, apelmazando el ambiente, rascándome bajo la ropa. Nada de estratos de posibilidades e hipótesis re- motas que tener en cuenta cada vez que abro la boca o escucho una respuesta. Solo yo y el tipo que tengo enfrente, y lo que ambos sabemos que hizo. Está entre ambos sobre la mesa, algo consistente con el brillo ter- 50 y oscuro de un meteorito, la recompensa para el ganador.