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En este nuevo ensayo Agamben toma como punto de partida tanto el cuento clásico de Collodi como el “comentario paralelo” de Giorgio Manganelli para pensar la naturaleza del muñeco más célebre de la cultura global y su anárquica voluntad de fuga.

 

P inocho es el libro italiano más traducido, el más versionado cinematográficamente y es, quizás gracias a Disney, un ícono omnipresente en la cultura global. Digo quizás porque la marioneta creada por Collodi en 1881 había tenido versiones para la pantalla antes de la innovadora pieza con la que la factoría de sueños de Walt transformó los modos de hacer animación en 1940, algo que indica la fascinación que produjeron casi de inmediato las aventuras del títere (por ejemplo, hay una corriente de Pinochos rusos creados para cine a partir de la versión de Aleksei Tolstoi de 1936, pero es solo una fracción de la galería de Pinochos que el cine, la música popular y el teatro ha ido generando desde la publicación original).

 

El libro de Collodi, por otra parte, ha sido objeto de un profuso comentario, como sucede con los clásicos (Calvino:). El ensayo de Giorgio Agamben comienza allí, siguiendo el comentario paralelo que escribiera el inefable Giorgio Manganelli, cuyo descubrimiento es la primera razón para recomendar el libro. Manganelli es un ensayista y novelista inclasificable, miembro del grupo 63 (como Umberto Eco y Edoardo Sanguinetti) y ganó el premio Viareggio en 1979 con Centuria, Cien novelas río, y es además autor de una Vida de Samuel Johnson, y además es, como diría Borges, más que un hombre, una vasta y dilatada literatura.

Manganelli escribió un “comentario paralelo” al libro de Collodi, en el que Agamben hace pie constantemente para enfocar su lectura: a partir de un detalle, una imprecisión tipográfica o errata que permite vacilar entre “infernal” e “invernal” en el original, Agamben comienza su aventura de negar la calidad de cristología encubierta que algunos críticos atribuyeron a Pinocho, y también negar el contenido masónico que una refutada pertenencia de Collodi a la logia había hecho imaginar a algunos críticos. Pinocho no es una historia encubierta de Cristo, ni tampoco un complejo sistema de envío a verdades esotéricas, porque si bien el muñeco es un iniciado, aquello en lo que se inicia es su propia y profana vida.

¿Qué es entonces Pinocho? La pregunta que afecta tanto al libro como al personaje (al que insistente y compulsivamente, Gepetto y el grillo parlante le atribuyen una naturaleza humana). En cuanto al libro, Agamben retoma las ideas de Karoly Kerenyi que conectan la novela con el misterio (en la novela como en los misterios, “una vida individual se sitúa en correspondencia con un elemento divino o en todo caso sobrehumano, de manera que las vicisitudes y ambages de cualquier existencia adquieren un significado especial, y a su vez se vuelven misteriosas”) y utiliza un prólogo de Calvino para ubicar el tipo de novela que es Pinocho: una novela picaresca. Pinocho es un pícaro en un sentido superficial, ya que sus aventuras son “desgracias desesperadas y granujadas poco edificantes”; pero también lo es en un sentido más profundo, que Agamben toma de Américo Castro. Castro anudó la insegura existencia de los conversos que permanecieron en España tras la expulsión con el espíritu de la picaresca, “y lo relacionó con lo que considera como el carácter fundamental de la existencia española: vivir desviviéndose, vivir vaciando de sentido la propia vida”. En este punto, Agamben dice algo a la vez extraordinario y misterioso, que a pesar de su opacidad parece a la vez perfectamente claro: “¿Cómo, entonces, puede darse una iniciación no a un vivir, sino a un desvivir? La respuesta a esta pregunta, si fuera posible encontrarla, definiría de una vez por todas la esencia de las aventuras del muñeco. Y, quizás, de todas las aventuras humanas en la tierra”.

Pero el libro, Pinocho, no es estrictamente una novela: es también una fábula y un cuento de hadas fallido, en el que la magia está ausente, en el que el titiritero Tragafuego es un ogro benévolo (y por lo tanto “roto”), en el que el hada no puede hacer uso de ningún poder sobrenatural (y por lo tanto, también es “fallida”) y en el que los animales, parlantes como es propio al género, hablan con una naturalidad prosaica y tampoco ejercen ningún encantamiento. Un híbrido, el libro, como el muñeco fugitivo, cuya fuga constante intenta eludir el dispositivo normalizador que lo persigue en las figuras de Gepetto y el grillo biempensante, y que trata de transformarlo en un muchacho “de bien”, un muchacho “como es debido”. El muñeco no es un muchacho: no es humano, y en su penúltima metamorfosis revela tampoco ser un animal (después de transformarse en burro, un cardumen hambriento libera a la marioneta del exterior asinino y lo devuelve intacto y de madera al mar).

Es una falsa alternativa, nos dice Agamben, la que obliga desde la máquina pedagógica “grillesca” a elegir a Pinocho entre ser un muchacho de bien o un burro: Pinocho es otra cosa, algo que “no es una tercera naturaleza que se aparece a las otras dos y las conecta, es más bien solo un vacío, una brecha entre ellas, en la cual se enhebra y se escabulle rápidamente una naturaleza que no es ni naturante ni naturada, una innaturalidad perpetuamente innaturada e insustancial, para la cual nos faltan los nombres y continuarán faltándonos”.  Agamben conecta a Pinocho con su propio empeño en desactivar las máquinas bipolares del pensamiento occidental (que funcionan desde Aristóteles y articulan zoé y bíos, soberanía y gobierno, Phoné y Logos, etc.), de ahí su interés por la marioneta fugitiva.  Ni animal ni humano, el muñeco huye, y cuando se detiene- señala Agamben- está perdido.

Por otra parte, eso que huye, termina por decir el filósofo italiano en este ensayo hermoso, es la infancia, la vía de escape de todas las antinomias de nuestra cultura. “A lo largo de su vida, el niño- testarudo e inmortal como Pinocho- no hace más que escapar de la edad adulta (…) poniendo en tantos aprietos a psicoanalistas y educadores, condenados a verlo resurgir incansablemente de los aquerónticos barrios bajos y de las cómodas nurseries en que creían haberlo aprisionado firmemente”.

Flavio Lo Presti

(Córdoba, 1977) es profesor y Licenciado en Letras Modernas por la UNC. Ha sido colaborador en La voz del interior, Revista Replicante, Deodoro, Coso, Crisis y Cuaderno Waldhuter y escribe para Revista Ñ y para el Newsletter del Fondo de cultura económica. Ha publicado los libros de crónicas Recuerdos de Córdoba (China., 2013), Mucho Peor (17 grises, 2019) y los libros de cuentos Los veranos (17 grises, 2018) y Los nombres (Obloshka, 2021).